Y amarte y respetarte todos los días de mi vida

Llevo 8 años de que me ordenaron sacerdote. Un evento que me sigue poniendo nervioso son las bodas. En la sacristía, mientras me revisto y repasó mentalmente la homilía, pido la casulla que se usa en ocasiones especiales, hoy es un día significativo que divide la historia de una pareja en un antes y un después.

Voy a la entrada y percibo el momento. La gente está elegante. Saludo a las familias y voy primero con el novio, trato de decirle que calma, que se trata de disfrutar cada instante. Voy con la novia, igual, sugiero serenidad, dejemos que las cosas fluyan, todo saldrá bien, disfruta y mantente atenta pues lo que está a punto de iniciar será algo que tus nietas te pedirán que recuerdes.

Como sacerdote me toca abrir brecha, voy encabezando el cortejo. Rostros expectantes esperan la entrada de la novia. Antes de subir al altar hago una genuflexión, llego al altar y le doy un beso. Hay coros, cantos y marchas nupciales. Veo al novio tomando de la mano a su novia. Comenzamos.

Vienen los saludos iniciales, el acto de contrición, la oración colecta y las lecturas. Leo el Evangelio, procuro hacerlo sin prisa. Busco una distancia propicia para hablar al micrófono, trato de escuchar en el sonido local que el audio se oiga bien. Procuro que la homilía sea breve y profunda. Posteriormente invito a los papás de los novios que pasen a bendecirlos. Fueron tantos años de cuidados, de llevarlos a la escuela, al entrenamiento de futbol o de ballet, de estar y acompañar en tantas etapas, que es importante bendecir a los hijos que están por comenzar la aventura de formar una nueva familia.

Posteriormente vienen los votos matrimoniales. Es importante estar sereno y percibir con conciencia el momento. Vienen instantes que detienen el tiempo, hay decisiones que nos llevan a tocar la Eternidad. Invito a los novios a que se tomen de las manos. Lo que hay que decirse hay que decirse viendo a los ojos de la persona amada: Yo te acepto a ti… y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi vida. En ocasiones invito a los novios a que, con sus palabras, nos compartan porqué quieren vivir la vida juntos. Los recién casados suben el volumen a lo que traen en el corazón y nos llevan al infinito.

Luego se bendicen los anillos y las arras, en México se acostumbra poner un lazo, como símbolo de unión. Viene peticiones y acciones de gracias. Continuamos con la eucaristía. En el momento de la paz me encanta ir con los novios, desearles lo mejor y darles un abrazo. Después de la comunión siguen más momentos solemnes. Hay que firmar el acta de matrimonio. Hay que dejar un ramo a la Virgen y agradecer y pedirle que nos proteja con su ternura. Viene la bendición final y desde el altar despido a los esposos que salen en medio de aplausos y una lluvia de pétalos.

Después de los atentados en las Ramblas de Barcelona, no he dejado de traer en la cabeza la Canción del elegido, de Silvio Rodríguez: “Lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida”. Un fanático en un arrebato de locura puede generar mucho daño en fracciones de pocos segundos. Pero eso no es la vida. Para eso no se nos envió a la vida. No se nos envió para generar dolor, ni muerte. Estamos aquí para respetar al otro, para cuidarlo y amarlo. Se nos envió y se nos invita a construir la fraternidad, el futuro y el amor. Construir lo bello lleva mucho tiempo. Esta apuesta es la que nos hace humanos. Construir lo que vale la pena, lo que nos abre a horizontes de plenitud y esperanza, es algo que nos lleva todos los días de la vida.

@elmayo

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