Mediante una carta dirigida a los Obispos de la Iglesia Católica que, con el título de “Placuit Deo” trata sobre algunos aspectos de la salvación cristiana, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha señalado también que “el lugar donde recibimos la salvación es la Iglesia”.
No obstante, en la carta, aprobada por el Papa Francisco el pasado 16 de febrero, se llama a “un diálogo sincero y constructivo con creyentes de otras religiones, en la confianza de que Dios puede conducir a la salvación en Cristo a todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia”.
En este sentido, durante la presentación de la carta a la prensa, el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Mons. Luis Francisco Ladaria Ferrer, negó que esta carta contradiga a la Constitución Apostólica “Lumen Gentium”, o que supongo regresar a lo anterior a lo establecido por el Concilio Vaticano II. Más bien, se trata de una confirmación de lo dicho en la “Lumen Gentium”.
La carta “Placuit Deo” pretende contrarrestar el auge de dos viejas herejías, el pelagianismo y el gnosticismo, cuyos preceptos se está extendiendo en el mundo de hoy al amparo de la cultura del individualismo imperante.
En la carta se señala la tendencia al individualismo del mundo de hoy que difunde la visión del hombre “como un ser cuya realización depende únicamente de su fuerza”, y, por lo tanto, la figura de Cristo no se contempla como “aquel que transforma la condición humana”, sino como “un modelo que inspira acciones generosas, con sus palabras y gestos”.
Fruto de este individualismo, también se extiende “la visión de una salvación meramente interior, la cual tal vez suscite una fuerte convicción personal, o un sentimiento intenso, de estar unidos a Dios, pero no llega a asumir, sanar y renovar nuestras relaciones con los demás y con el mundo creado”.
Estas dos desviaciones son un reflejo de dichas viejas herejías: el pelagianismo y el gnosticismo. En este sentido, la carta afirma que, en la actualidad, “prolifera una especia de neo-pelagianismo para el cual el individuo, radicalmente autónomo, pretende salvarse a sí mismo, sin reconocer que depende, en lo más profundo de su ser, de Dios y de los demás”.
También prolifera “un cierto neo-gnosticismo” que “presenta una salvación meramente interior, encerrada en el subjetivismo”.
“Frente a estas tendencias, la presente Carta desea reafirmar que la salvación consiste en nuestra unión con Cristo, quien, con su Encarnación, vida, muerte y resurrección, ha generado un nuevo orden de relaciones con el Padre y entre los hombres, y nos ha introducido en este orden gracias al don de su Espíritu, para que podamos unirnos al Padre como hijos en el Hijo, y convertirnos en un solo cuerpo en el ‘primogénito entre muchos hermanos’”.
Asimismo, se señala que “la salvación completa de la persona no consiste en las cosas que el hombre podría obtener por sí mismo, como la posesión o el bienestar material, la ciencia o la técnica, el poder o la influencia sobre los demás, la buena reputación o la autocomplacencia”.
Más bien, la salvación, y en definitiva la felicidad que busca todo ser humano, radica en “la comunión con Dios”, a la que el mismo Dios “nos ha destinado”, “y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Él”.
“La salvación que la fe nos anuncia no concierne solo a nuestra interioridad, sino a nuestro ser integral. Es la persona completa, de hecho, en cuerpo y alma, que ha sido creada por el amor de Dios a su imagen y semejanza, y está llamada a vivir en comunión con Él”.
La carta pone de manifiesto que las curaciones de Jesús son reflejo del carácter integral de la salvación divina. El mismo sacrificio de Cristo por el que “expía los pecados y permanece siempre vivo para interceder a nuestro favor”, “muestra la falta de fundamento de la perspectiva individualista”.
“En resumen, Cristo es Salvador porque ha asumido nuestra humanidad integral y vivió una vida humana plena, en comunión con el Padre y con los hermanos. La salvación consiste en incorporarnos a nosotros mismos en su vida, recibiendo su Espíritu”.
En el título 5 de la carta se subraya que “el lugar donde recibimos la salvación traída por Jesús es la Iglesia”. “Comprender esta mediación salvífica de la Iglesia es una ayuda esencial para superar cualquier tendencia reduccionista”.
“La salvación que Dios nos ofrece, de hecho, no se consigue sólo con las fuerzas individuales, como indica el neo-pelagianismo, sino a través de las relaciones que surgen del Hijo de Dios encarnado y que forman la comunión de la Iglesia”.
La Iglesia también desmonta la mentira de la salvación puramente interior defendida por la visión neo-gnóstica, ya que “nos introduce en las relaciones concretas que el mismo Jesús vivió”.
“La fe confiesa, por el contrario, que somos salvados por el bautismo, que nos da el carácter indeleble de pertenencia a Cristo y a la Iglesia, del cual deriva la transformación de nuestro modo concreto de vivir las relaciones con Dios, con los hombres y con la creación”.
Finalmente, en el título conclusivo de la carta, se insiste en que “la salvación del hombre se realizará solamente cuando, después de haber conquistado al último enemigo, la muerte”. Entonces, “participaremos plenamente en la gloria de Jesús resucitado, que llevará a plenitud nuestra relación con Dios, con los hermanos y con toda la creación”.
“La salvación integral del alma y del cuerpo es el destino final al que Dios llama a todos los hombres”, concluye.
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— ACI Prensa (@aciprensa) 20 de febrero de 2018
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