Mi viaje a París IV


En el último día visité con mi amigo el Museo del Ejército, situado en la Ecole Militaire. A mi entender, ese museo padece un exceso de material no del todo bien administrado por los organizadores. Además de un extenso memorial (extenso y lamentable) dedicado al General De Gaulle: un memorial audiovisual. Y estas cosas nunca suelen salir bien. Cuando me muera, si queréis hacerme un memorial, os sugiero algo tangible, algo como el mármol. Pero los audiovisuales… Además de que dudo que un arqueólogo encuentre un audiovisual dentro de mil años.
Anexa a la Escuela Militar está la tumba a Napoleón. No sé por qué, pero esa tumba nunca me ha impactado, estéticamente hablando. Tiene todos los elementos para hacerlo, pero me deja totalmente frío. En el arte, hay que evitar los excesos. El sepulcro de Napoleón y su rotonda no pasa de ser un intento fallido. Las tumbas de Enrique II de Inglaterra y Eleonor de Aquitania sí que convencen en su digna sobriedad. Ese monarca inglés tenía dinero para haber levantado algo al estilo de Gengis Khan. Pero se dieron cuenta de que, en esta vida, el tamaño no lo es todo.
Incluso los sepulcros papales, cuando han sido muy aparatosos y amplios, han resultado poco convincentes. Yo, por eso, si fuera cardenal, dispondría para mi entierro todos los detalles para que una enfurecida masa de 5 Stelle (el Podemos de Italia) me arrojara al Tiber.
El caso es que esa noche llegué a mi casa y aquí descansé, dedicado a corregir erratas de mi libro El caso de Marta. Pero, aunque trabaje en mi casa, ahora he vuelto a comprobar que París existe más allá de las muchas novelas que me hablaron de ella.

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