“Santa Mónica bendita, madre de San Agustín, dame tu bendición que ya me voy a dormir”. (Oración de la noche para los niños).
Introducción
El cuarto mandamiento de la Ley de Dios nos habla del respeto que los hijos deben guardar hacia sus padres, pero una buena catequesis sobre este tema nos llevará a descubrir que esta norma no solo tiene una posición lineal descendente, sino ascendente y hasta colateral. En efecto, los padres también tienen obligaciones sobre los hijos y como esposos entre ellos; el precepto guarda también las maneras que deben llevarse entre superiores e inferiores y con los amigos y compañeros. Al conocer la vida de Santa Mónica podremos comprobar como ella cumplió exactamente su deber como hija, esposa, madre, señora de la casa y hasta como nuera.
Orígenes
Lo que conocemos sobre la vida de Mónica se lo debemos principalmente a su hijo Agustín que da las principales noticias en su libro de Las Confesiones. Los datos cronológicos se toman de los datos entresacados de estos escritos o se deducen los mismos. Así pues, Mónica nació en Tagaste cerca del año 331, hija de una familia de buena posición. Se cree que su madre se llamaba Facunda. Una de sus abuelas, de edad avanzada había conocido la era de los mártires en la época de Diocleciano y le contaba por horas las historias del pasado de la Iglesia en África mientras ella escuchaba atentamente sentada a sus pies. Pero no solo de su madre o su abuela tuvieron la preparación de la muchacha, también una esclava familiar a la que se trataba como amiga o casi pariente, la instruía para que fuera adquirido virtud y carácter.
Le decía entonces: “Ahora bebes agua porque no tienes derecho a beber vino, pero cuando estés casada y seas dueña de la bodega, te parecerá insípida el agua y te aficionaras al vino”. Las lecciones de esta sierva, que había sido también nodriza de su padre, tuvieron ascendencia en ella, pero Mónica creció y la vieja sirvienta murió. Así sucedió un episodio que fue detonante en su vida personal: los padres de Mónica le fueron confiando el gobierno de la casa y por ello, tenía que ir a la bodega para surtir de vino la mesa familiar. Lo que comenzó como picardía juvenil, pronto se hizo costumbre y luego hábito desordenado, pues comenzó bebiendo unas gotas de vino para probarlo, hasta casi llenar una copa, sucedió esto en la presencia de una sirvienta que siempre bajaba con ella al subterráneo y quien tuvo la osadía de llamarla: meribubulum, es decir, borracha; tal vez como desquite a alguna indicación o reproche dado por la joven ama. Alertada por este incidente, Mónica se dio cuenta de la fealdad de su falta y se corrigió para siempre.
La joven Mónica
No tenemos descripción de sus rasgos o fisionomía pero San Agustín nos describe tan vivamente su carácter y forma de vida que se percibe claramente su vida virtuosa. Probablemente cuando tuvo 18 años recibió el bautismo y aquí recibió el don de ser piadosa. Ella supo entender como Dios es el origen y destino de la vida del hombre. Desde pequeña era asidua a ir al templo, mientras jugaba con sus amigas tenía el tiempo de hacer oración y oraba de rodillas en las noches.
Tenía una gran inteligencia y era poseedora de una preparación académica fuerte, al grado de poder emitir una opinión en asuntos filosóficos y teológicos. Le gustaba leer mucho, poseía una gran paciencia y una dulzura en carácter. Era muy sencilla y modesta, despreciando todos los adornos superfluos.
Mónica, la esposa
Tal joven fue ofrecida en matrimonio arreglado por sus padres como una verdadera joya, concertando el compromiso con un hombre que tenía el cargo de decurión en Tagaste, llamado Patricio, el cual le aventajaba como con 30 años y que para acabarla de arreglar, era pagano. Este enlace comportó a Mónica una extrañeza pero fue obediente. El marido no tenía una moral mejor que sus compatriotas paganos y la boda no significó para él un cambio de costumbres, lo que provocó a la joven sufrimientos silenciosos y no pocas humillaciones. Sin embargo, en el fondo Patricio tenía un buen corazón y esto diluía sus malas actitudes. El casamiento debió efectuarse hacia el año 335. No pocas veces Mónica estuvo a punto de desalentarse con su casamiento. El esposo tenía un carácter violento, pero ella decidió ganarlo para Cristo. Su táctica consistió en tratarlo como esposo, con respeto y obediencia, así esperaba ganarlo para la fe cristiana. Siempre fue modesta y muy prudente en este proyecto. No discutía con él, nada de reproches o amonestaciones, ni sermones; al contrario dulzura, amabilidad, sencillez, fidelidad, modestia, nobleza en el porte y lenguaje, con lealtad, con sinceridad, con incansable discreción. Todo sin buscarse a sí misma, porque sentía que su actuación era la de una verdadera cristiana. Así le perdonó sus infidelidades sin discutir de ello con él para nada. Callaba, sufría y lloraba, pero siempre era constante en la oración de dónde sacaba su fuerza. Ante el carácter colérico de Patricio, Mónica opuso una paciencia y un prudente silencio.
Así, poco a poco, esta mujer fue transformando el corazón de su marido. Este éxito fue motivo de conversación en las casas de Tagaste, pues era común que la mayoría de las mujeres casadas mostraran en sus rostros las huellas de la violencia intrafamiliar y era raro que Mónica no presentara rastros de haber sido golpeada por Patricio. Esto causaba asombro y ello era la comidilla de la ciudad. En las reuniones, las otras señoras, conocedoras del carácter de Patricio se extrañaban y Mónica les respondía de buen humor: “Tengan cuidado con sus lenguas”.
Madre de familia
Mónica fue madre de tres hijos: Agustín, Navigio y Perpetua, con ellos hizo de su maternidad una responsabilidad ante Dios. A ellos los educó con cariño y esmero, enseñándoles a tener buenas costumbres, nobles sentimientos y actitudes concretas. También los enseñó a amar a Dios y a ponerlo en el centro de sus vidas. A cada uno lo reprendía o corregía cuando era necesario. Cultivaba sus cualidades y alentaba sus aptitudes, por ello estuvo de acuerdo con su esposo en mandar a estudiar a Agustín a Cartago; como su marido, ambicionaba un buen futuro para sus vástagos. Fue entonces cuando Agustín, sin preverlo su madre, por su adolescencia y juventud comenzó a llevar una vida desordenada. El muchacho guardaba las formas exteriores, su mal era interior. El mundo le sonreía, sus maestros lo alababan y así, Agustín se fue contagiando cada vez más de los males que comería.
Por extraño que parezca, el joven recurría ocasionalmente a la oración a ejemplo de su madre, invocaba a Dios: “Dame la castidad y la continencia, pero no ahora”; se relacionó con malas compañías, a practicar el desorden como el hurtar las peras de una huerta de su padre con unos amigos para dárselas nomás porque si a los puercos. A esta edad de 16 años, Agustín comenzó a ser el dolor de cabeza de su madre.
Mónica, una nuera ejemplar
La suegra de Mónica tenía un carácter imperioso que causó inicialmente a su nuera bastantes disgustos. Como le gustaba inquirir a los esclavos sobre la vida de la esposa de su hijo, éstos, para quedar bien con ella, le contaba cosas malas y falsas. Pero Mónica que fue paciente con su esposo no lo fue menos con ella que a final de cuentas era recta. Así, pronto se dio cuenta de las intrigas de los trabajadores y sin que Mónica se diera cuenta, se quejó con Patricio que hizo azotar a las esclavas que traían chismes. A estas las amenazó que si volvían a hacerlo, recibirían el mismo escarmiento. Desde entonces nuera y suegra vivieron cordialmente, dispensándose mutuamente cariño y confianza.
Mónica viuda
Mónica estuvo casada con Patricio 18 años, quien murió en el 371 a los 73 años; se desconocen los datos de su enfermedad y fallecimiento, pero lo cierto es que se convirtió antes de morir. Él mismo pidió el bautismo y luego murió en la paz de Cristo. Patricio reconoció las virtudes de su esposa, quien por su actitud sus oraciones y su dedicación transformó el corazón de su esposo. El haber salvado el alma de su esposo le hizo olvidar sus penas de casada. Este triunfo era la antesala de su victoria con Agustín, con quien se unió indeleblemente su nombre.
El hijo desvariado
Poco antes de morir, Patricio adivinó la transformación de Agustín y las pasiones juveniles de su corazón, por lo que determinó casarlo. Esto no fue muy del agrado de Mónica, que trató de ganarse las confidencias del hijo, que mejor empezó a evitarla. Entonces Patricio decidió enviarlo a estudiar nuevamente a Cartago, para luego de un año casarlo, pues le agradaba la idea de ser abuelo. Agustín anhelaba, como dice él mismo, amar y ser amado, pero al llegar a Cartago, se sintió extraño en el lugar y no pudo relacionarse bien. Sin embargo, se hizo aficionado al teatro y lo frecuentaba casi diario, buscando luego la ocasión de pecar; en este tiempo se fue alejando de su fe y se relacionó con muchas mujeres; con una de ellas, cuyo nombre se desconoce, vivió en unión libre cerca de 15 años y tuvo un hijo, llamado Adeodato. Hay que decir que aunque este amor fue ilegitimo y culpable, fue fiel, aunque debió ser tempestuoso. No por mucho tiempo pudo ocultar esto a su madre, ya viuda por entonces.
La hacienda dejada por Patricio era mediocre y gastada para pagar los estudios de Agustín. A estas necesidades se enfrentó Mónica que también comenzó a derramar lágrimas por su hijo. Mónica también tenía otros hijos, por los que tenía que velar. ¿Cómo ser señora de casa y buena madre de familia y sostener el hogar? La ayuda de un amigo de su difunto marido llamado Romano, alentado por el incipiente triunfo académico de Agustín en Cartago fue la respuesta de las oraciones de Mónica, quien le ofreció ayuda con delicadeza y consideración para no ofender a una señora tan noble y refinada.
Pronto fue Mónica a Cartago para seguir de cerca a su hijo con sus oraciones y su llanto. Conciente de la importancia de su carrera, estaba de acuerdo con que estudiara para que se convirtiera en un hombre de bien. Pero los estudios de Agustín se abrieron en una gran gama de conocimientos y le dieron una sed de sabiduría, al grado de abandonar el cristianismo y enrolarse en el maniqueísmo. Esta doctrina propone dos principios, el bien y el mal, o sea, Dios y Satanás, no menos eterno que Éste; émulo y casi igual, por lo que el mal no es problema del ser humano. Cristo era un heraldo de Dios que luchó con Satanás y por ello, la conducta del hombre no tenía responsabilidad. La doctrina le vino como anillo al dedo para justificar su forma de vida. Esta transformación fue un duro golpe para su madre, que constataba así su muerte para la fe y a quien disgustaban todas las blasfemias y burlas, por lo que pensó en abandonarlo, aunque viviendo cerca.
Un sueño que tuvo la disuadió: soñó que ella estaba caminando en una viga de madera, sumergida en la tristeza por la apostasía de su hijo. Vio que un joven venia para darle un mensaje de esperanza: donde ella estaba, estaba también su hijo. Con ello comprendió que Agustín estaría en su misma línea moral y religiosa. Le platicó el sueño a su hijo que le dijo que más bien ella estaría donde él, por lo que ella le replicó: “No, no me dijo donde está él estarás tú, sino, él estará donde estas tú”. Pero Agustín no cedería pronto y pasarían otros 9 años, en los que como refiere el Doctor de la Gracia: “Hacía esfuerzos por salir del fango, pero cada vez me hallaba más enlodado. La casta viuda, sobria y piadosa mujer, sin disminuir sus lágrimas y lamentaciones no cesaba de orar y llorar por mí”. Por entonces Mónica tuvo la oportunidad de conocer a un obispo muy versado en las Escrituras, al que constantemente acudía para compartirle sus penas. Éste la alentaba y le daba sostén moral a la afligida madre. Una vez, tal vez porque estaba ocupado o ya enfadado por tantos llantos, para quitársela de encima le dijo: “Váyase y viva tranquila, pues es imposible que se pierda un hijo que cuesta tantas lágrimas”. Ella escuchó estas palabras como venidas del cielo, pero en tanto, Mónica veía como su hijo se endurecía más en sus pasiones y ambiciones terrenas.
De regreso a Tagaste
No se sabe a ciencia cierta que terminó de estudiar en Cartago San Agustín. No fue la abogacía, tal vez letras, luego filosofía y por la influencia maniquea, la astronomía que terminó degenerando en astrología. Concluidos los estudios, volvió con su madre a Tagaste hacia el año 374, estableciéndose como docente. Agustín se hizo pronto de muchos amigos, que llegaron a ser muy queridos para su madre. Uno de ellos, al que conocía desde pequeño, que estimaba mucho, enfermó y se le administró el bautismo conforme la costumbre de entonces. Agustín no podía creer que un poco de agua puede salvarlo y piensa que cuando vuelva en sí, se burlará y al sanar, seguirá siendo el mismo.
Pero su amigo le reprende su forma de pensar y como realmente lo estimaba, le prohibió que hablara de esta manera. La enfermedad no cedió y al poco tiempo murió. Agustín quedó devastado pues realmente le dolió su muerte y desde entonces no tenía paz ni tranquilidad. Esta sensibilidad le hizo insufrible su permanencia en Tagaste y decidió marcharse de allí a costa de dejar a su madre. Pero antes quería deshacerse de sus ideas maniqueos y se entrevistó con un líder maniqueo llamado Fausto para decir si continuaba o no en esa secta; de esa reunión salió desilusionado pues las respuestas que buscaba a sus inquietudes no pudo dárselas ese hombre, más no por ello se inclinó a la fe católica.
Entonces decidió marcharse a Italia, aduciendo que sus alumnos eran indisciplinados e intolerables. Platicó su proyecto a Mónica y grande fue su sorpresa cuando escuchó de sus labios que lo acompañaría; este amor materno, lleno de emoción, le pareció embarazoso y tiránico, por lo que resolvió engañarla. Se fueron de viaje y ella no lo perdía de vista y lo vigilaba a cada instante. Por fin, en el puerto de Cartago, listos para ir a Roma, le dijo que había que esperar al día siguiente por causa del clima y que era mejor descansar. Mónica cayó en la trampa y en lugar de irse a dormir, se fue a orar a un oratorio dedicado a San Cipriano y mientras rezaba, Agustín partió a Italia. “Mentí a mi madre. ¡Y a qué madre!”, se lamentará después. Grande fue la desolación de Mónica al descubrir el engaño. Según las Confesiones, enloquecía de dolor; conforme a lo escrito en ese libro, Agustín comenta: “Me quería como una mujer no ha querido nunca a su hijo”. Abatida volvió a Tagaste, sin recriminarle a Agustín su crueldad y sin dejar tampoco de orar a Dios por él.
Roma
Agustín estuvo en Roma en el año 383, pero ni la ciudad con sus edificios y su majestuosa historia le llamarían la atención. Allí conoció las doctrinas de Platón que le llamaron mucho la atención. Por entonces enfermo gravemente y estuvo a punto de morir; sanó, considera Él, gracias a las oraciones de su madre, pues de haber sido así, se hubiera condenado y esa muerte eterna no la habría soportado ella. Se restableció y dio clases durante un año en una escuela que abrió personalmente, pero los alumnos desaparecían cuando tenían que pagar y eso lo disgustó. También aquí convivio con muchos maniqueos que hablaban abiertamente con él y así se enteró de muchas cosas que más lo decepcionaron. Por eso, cuando supo que había una vacante en Milán, acepto ir a trabajar allí.
Ambrosio de Milán
En Milán conoció al obispo de la Metrópoli: San Ambrosio; su fama de hombre de Dios lo sedujo y como tuvo la oportunidad de tratarlo se hizo su amigo. Así fue introduciéndose en la doctrina católica. Por correspondencia le platicó a su madre sobre Roma y Milán y su trato con Ambrosio, que la alegró mucho. No la invitó a que fuera a vivir con él, porque su presencia coartaba su libertad e independencia, pero cuando ella lo consideró oportuno fue a Milán a encontrarse con su hijo. Al enterarse que él ya no era maniqueo, no hizo mucha muestra de alegría, pues sabía que apenas era el comienzo. Mónica se entrevistó con Ambrosio que la recibió muy amablemente y le dedicó tiempo y varias entrevistas a pesar de su apretada agenda. Le puso al tanto del cambio que él había visto en su hijo Agustín y le propuso buenas perspectivas pero con calma y a su tiempo, había que confiar en la gracia de Dios.
Mónica, una buena cristiana y una mujer santa
Al leer todo esto que se ha narrado, podría quedarse uno con la idea de que Mónica esta una madre posesiva y con un amor enfermizo por Agustín. Hay que señalar primero que el amor de una madre por su hijo siempre será grande y que nunca dejara de buscar lo mejor para su hijo. En este último tenor, Mónica fue el instrumento por el cual Dios se valió para dar dos veces a luz al Doctor de Hipona, pues le dio el nacimiento natural y lo alumbró también a la vida de la gracia. Sin Santa Mónica nunca hubiera habido un San Agustín.
Así pues, ella cumplió una misión en su vida y por esto se le recuerda. Más para que ello se produjera, esta mujer debió tener una energía suficiente para lograrlo. Y esto lo obtuvo de su constante participación en la misa y la comunión en ella. Le gustaba ser una mujer lectora de la Biblia, por ello oraba mucho con los salmos, su vida de oración era profunda. Mónica fue una mujer llena de caridad, pues visitaba y atendía a los enfermos, ayudaba a los pobres de muchas maneras, fue una mujer prudente, discreta, conciliadora, generosa, sabia perdonar, era diligente en sus obligaciones, era una mujer obediente con sus pastores y tenía devoción a los mártires de quienes imitaba su paciencia en las dificultades.
Mónica no se olvidó de sus otros dos hijos y fue una buena abuela con Adeodato, el hijo de San Agustín. Los otros dos vástagos tuvieron una vida llena de cualidades lo cual indica que ella, aunque estaba muy al pendiente de Agustín, no los descuidaba. En algunos lugares se ha dado culto a Navigio y Perpetua como santos. Esto quiere decir que Mónica es una madre de santos y que esto se debe a que fue la mujer fuerte, la mujer dichosa que escucho la palabra de Dios y la puso en práctica.
Agustín creyente
Luego de un proceso largo de reflexión, de meditación y de interiorización, Agustín, el alejado de Dios y la Iglesia volvió al buen camino y se reintegró al rebaño. El 24 de abril de año 387, en la Catedral de Milán recibió el bautismo en la noche de la Vigilia Pascual de manos del Obispo San Ambrosio. Sin duda alguna fue el momento más feliz en la vida de Mónica, pues por muchos años había llorado y orado por ver este momento que Dios le concedía en atención a sus plegarias. La emoción que tenía le embargó de una manera especial y su corazón se convirtió en un himno de acción de gracias al Señor. Si en términos de una lucha se estuviera hablando sobre esta historia, este momento sin duda seria el triunfo de Santa Mónica. Desde entonces, ella oraba a Dios en este tenor: “Ya no te pido nada más, Dios mío, llévame contigo cuando te plazca”.
Así pues, con un pasado al que había renunciado, Agustín con su familia tenía que regresar a Tagaste. Era su país de origen y todos estaban conformes. Así se dirigieron a Ostia, el puerto de Roma para regresar a su tierra natal. En este lugar ocurrió un evento místico entre Agustín y Mónica, que el pintor Ary Scheffer ha pintado de manera magistral: en una ventana de la casa donde residían, se pusieron a conversar sobre la luz de la verdad, sobre Dios mismo. Platicaban sobre la vida eterna y cómo sería el cielo, cómo toda alegría y placer que hay en el mundo es una nada en comparación de la felicidad de la salvación, pasando de un análisis de todas las cosas que hay en el mundo y en el universo hasta llegar al punto culmen de todo que es Dios. Experimentaron entonces en sus almas una delicia espiritual, sintiéndose ambos impelidos con todas las fuerzas del corazón para alcanzar el paraíso, hasta que sintiendo que lo lograban, de pronto, volvieron a la realidad. Este fue como un preámbulo de la pascua que Mónica iba a vivir personalmente en pocos días. Agustín nos cuenta unas palabras que entonces le dijo; “Hijo mío, ningún atractivo encuentro ya en esta vida. No sé, en verdad que hago aquí abajo, ni porque estoy aún en este mundo, siendo así que ya nada espero de él. Solo me hacía desear vivir algún tiempo más el anhelo que sentía de verte cristiano y católico antes de mi último suspiro. Dios nuestro Señor, ha satisfecho con creces mi deseo, puesto que yo veo que desprecias los goces terrenos y quieres consagrarte a su santo servicio: ¿Qué hago, pues aquí?…”
Enfermedad y muerte
Cinco o seis días luego de este episodio, Santa Mónica tuvo fiebres que le obligaron a guardar cama. En cierto momento ella perdió el sentido y los familiares no dejaban de cuidarla. Cuando volvió en sí, preguntó: “¿Dónde estoy?” Y luego, dirigiéndose a sus hijos les dijo: “Aquí enterraran a su madre”. Navigio le advirtió cómo es que antes quería ser sepultada en Tagaste; pero ella, con una mirada severa que le reprochaba esa forma de pensar lo dejó callado. Navigio le dijo entonces a Agustin; “Ya ves cómo habla”. Ella les replicó: “Enterraran este cuerpo donde les plazca y no sufran, lo único que les pido es que se acuerden de mí en el altar del Señor”. La enfermedad avanzaba y ella sufría muchísimo, pero guardaba silencio. Por fin, al noveno día de su enfermedad, con cincuenta y seis años, esa piadosa y santa alma se separó de su cuerpo.
El nieto Adeodato se echó a llorar sobre su cuerpo, pero como su muerte más bien parecía un triunfo lo hicieron callar; Agustín contuvo el llanto porque no quería ensombrecer un tránsito que debía provocar alegría; Cundió pronto la noticia del fallecimiento de Mónica y fieles de ambos sexos acudieron en gran número a su casa, pues aunque tenían poco tiempo en Ostia, se había extendido la noticia de la conversión de Agustín y de las singulares virtudes de su madre.
Culto
Es gracias a San Agustín que damos culto a Santa Mónica; su nombre no fue inscrito jamás en ningún Martirologio, ni Usuardo, Beda o Adón la mencionan. Sólo los institutos que seguían la regla de San Agustín la refieren en sus breviarios. No hubo nunca una canonización oficial.
En 1162 se trasladaron algunas reliquias a Arras y por entonces se celebraba su fiesta el 4 de mayo, un día anterior a una fiesta dedicada a la Conversión de San Agustín, que ahora se celebra el 24 de abril. En 1430 se realizó una búsqueda de sus restos y una vez hallado su sarcófago, se hizo el traslado de sus reliquias desde Ostia hasta Roma, siendo depositadas en la Iglesia de San Trifon, luego, a instancias del humanista Maffeo Vegio se llevaron a la Iglesia de San Agustín.
En el s.XVI, el cardenal Baronio la inscribió en el Martirologio Romano y poco después, San Francisco de Sales la ensalzó al referir sus virtudes en su libro de Introducción a la Vida Devota. En 1946 se descifró la inscripción hallada sobre una losa sepulcral que seguramente recubrió la tumba de Santa Mónica en Ostia.
Al no existir una fecha segura sobre el día de su muerte y para resaltar más su papel al lado de San Agustín, conforme a la reforma del Calendario que se hizo a instancias del Concilio Vaticano II, su celebración fue trasladada al 27 de agosto, un día antes en que se celebra a su hijo. La iconografía de esta santa le representa erróneamente con el hábito de monja agustina, aunque ella nunca lo fue. Otras veces es representada con indumentaria de viuda.
Oración
Dios de misericordia y consuelo, que escuchaste la insistente oración de Santa Mónica por la conversión de su hijo Agustín, concédenos por su intercesión, una viva contricción de nuestros pecados y la seguridad infinita de tu perdón. Por…
Humberto
Bibliografía:
- CRISTIANI, León, Santa Mónica, Ediciones Paulinas S.A., México, D.F. 1983.
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