En la Vigilia Pascual de este año ha fallado todo lo que podía fallar, pero, eso sí, tampoco me ha despistado mucho. Quizá con la edad voy comprendiendo que los fallos son parte de nuestra existencia. El pecado no tiene porqué ser parte de nuestra vida, pero los fallos involuntarios, lo son y lo seguirán siendo.
He venido del hospital y he llegado cinco minutos tarde. Con lo cual no me ha dado tiempo a ayudar a mi acólito a supervisar la hoguera. Supervisar la hoguera era uno de los propósitos que tenía para este año. Mi acólito como pirómano no tiene ningún futuro.
Se ha acabado la batería del móvil, con lo cual no se ha grabado el sermón. Y eso que estaba totalmente cargada. También se ha agotado la batería de la tablet en mitad del sermón. Eso se ha debido a que debía haberla cargado al llegar a mi casa del hospital. Pero como, al final, he ido directamente desde el hospital, pues no he tenido tiempo.
He omitido, sin querer, la oración tras el Gloria. He aspergido con el agua bendita antes de las promesas bautismales. No sé cómo no me he dado cuenta.
Por lo demás, todo ha ido bien, pero creo que voy a vivir mejor el Misterio Pascual durante la octava. Hoy he tenido que estar atento a demasiados pequeños detalles. En las siguientes misas, voy a tener más posibilidades de concentrarme.
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