Mensaje de apertura de la CVII Asamblea Plenaria de la CEM

“Ustedes lo mataron clavándole en la cruz por mano de unos impíos. Pero Dios lo resucitó librándolo de los lazos del Hades, pues no era posible que lo retuviera bajo su dominio”. (Hechos 2, 23,24)

Saludo con gran afecto y estima en el Señor Resucitado a todos los presentes en la CVII Asamblea Plenaria.

En particular a mis hermanos en el Episcopado y Presbiterado,

A los Consagradas y Consagrados,

A los Hermanos Laicos:

“No son buenos momentos para la Iglesia y hay que asumir errores y trabajar juntos para enfrentar la grave crisis que involucra a todos”. Con estas palabras, el nuevo Administrador Apostólico de la Arquidiócesis chilena de Santiago, definía a su llegada, la situación de la Iglesia Católica en la actualidad.

El Papa Francisco ya lo había señalado: “Estamos viviendo una época de crisis muy grave. Y no es solamente una crisis económica, ni solamente una crisis cultural ni de fe. Es una crisis en la que el hombre es quien sufre las consecuencias de esa inestabilidad. Hoy día está en peligro el hombre, la persona humana” (Encuentro con el Comité ejecutivo de Cáritas Internacional, 16 de mayo 2013. Y posteriormente afirmó: “Vivimos en un contexto en el cual la barca de la Iglesia es embestida por vientos contrarios y violentos, a causa de las graves culpas cometidas por algunos de sus miembros” (Discurso a los sacerdotes de la Diócesis de Creteill, Francia, 1 de octubre de 2018).

Nosotros los Obispos de México debemos reconocer también que, como Iglesia, atravesamos una etapa de crisis y de gran dificultad. No sólo por los escándalos que tanto han afectado nuestra credibilidad y autoridad moral, sino por el cambio de época que estamos viviendo y al que no estamos respondiendo de manera adecuada. No está cambiando algo, sino alguien; está cambiando la persona que vive una profunda crisis antropológica-cultural (Cfr. PGP 20). Como hemos dicho en nuestro Proyecto Global de Pastoral 2031+2033.

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“… El proceso de esta transformación que vivimos, trae consigo cambios, que incluso, nosotros como Obispos y muchos presbíteros, no alcanzamos aún a comprender, por lo que se nos dificulta tener una respuesta adecuada y pronta ante la profundidad y rapidez con la que están sucediendo” (PGP 23) y por eso estamos desconcertados.

Migrantes, jóvenes, mujeres, minorías y hasta los mismos sacerdotes, no siempre nos sienten cercanos y sensibles ante sus problemas. En este escenario tan cambiante, hay que situar el terrible flagelo de la pederastia, que no hemos sabido enfrentar en el pasado, pero que ahora estamos atendiendo con toda prontitud, privilegiando la atención a las víctimas y estableciendo compromisos y protocolos adecuados.

Además, ante el actual contexto político que vive el país, tan polarizado, no faltan voces que nos piden e incluso nos exigen, una actitud más combativa, no sólo de resistencia, sino de franca oposición. Creo que nuestra postura como obispos, debe ser de respeto hacia las autoridades civiles, sin renunciar a nuestro derecho de exponer la verdad en la que creemos; de colaboración en los asuntos que nos son comunes, pero abandonando cualquier deseo de colaboracionismo cómplice, y supuestamente útil.

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Este cambio de época nos pone en estado de alerta para descubrir el paso del Señor que hay que discernir, para realizar lo que pide a su Iglesia en este momento histórico (Cfr. PGP 24).

La Pascua Redentora que acabamos de celebrar, nos motiva a seguir avanzando bajo la mirada y protección de Santa María de Guadalupe, peregrinando con espíritu de sinodalidad, hacia la celebración de los 500 años del Acontecimiento Guadalupano y del Segundo Milenio de nuestra Redención. El proceso pascual nos invita a morir a todo aquello que nos ha apartado de nuestro Señor Jesucristo, para resucitar con Él y con nuestro querido pueblo mexicano. “Esta es la alegría del Evangelio que deseamos experimentar y comunicar, para que todos tengamos vida para siempre” (PGP 2).

El Proyecto Global de Pastoral 2031+2033 (PGP), que entre todos preparamos y aprobamos el año pasado, quiere ser no sólo una respuesta al llamado del Papa Francisco, que en su vista a nuestro país nos pidió un “serio y cualificado proyecto pastoral… capaz de ir más allá de coyunturas y/o criterios funcionales o meramente circunstanciales” (13 febrero 2016), sino también una herramienta para seguir respondiendo a las exigencias del Concilio Ecuménico Vaticano II, “promoviendo una Iglesia en comunión, es decir, aquella que desarrolla  la  espiritualidad  de  la  escucha” (PGP 19) de las necesidades de nuestros fieles laicos.

Es por ello que nos hemos planteado como objetivo general para este Trienio 2018-2021 “Impulsar el encuentro con Jesucristo Redentor, fortalecidos por la mirada de la Virgen de Guadalupe, anunciando el Evangelio de la dignidad humana y de la paz, asumiendo los compromisos pastorales del PGP como Iglesia misionera y encarnada con el pueblo mexicano”.

Y en esta Centésimo Séptima Asamblea Plenaria nos hemos propuesto como objetivo general: “Programar la difusión y apropiación del PGP en su interacción con los planes diocesanos y provinciales de pastoral, a través del conocimiento de las orientaciones generales para su implementación, atendiendo las emergencias pastorales de la Iglesia en México, a saber: la atención a jóvenes, migrantes, sacerdotes y la protección de menores”.

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Nuestra primera emergencia pastoral, los jóvenes, se basa, por principio de cuentas, en un dato estadístico: en México habitan más de 36 millones de jóvenes, casi un 26% de la población total. Muchos de ellos están ausentes de nuestras parroquias y debemos salir a su encuentro potenciando su compromiso social, y no sólo su afán de novedades. Nos urge una pastoral juvenil menos melosa y más transformadora de la realidad.

Estoy seguro que los adolescentes y jóvenes nos pueden ayudar a refrescar nuestros trabajos pastorales, a dar más dinamismo a nuestra liturgia, a revisar nuestras agendas temáticas en relación a sus preocupaciones e inquietudes y a cuestionar nuestras estructuras, muchas veces inamovibles. Así nos lo acaba de decir el Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica PostSinodal, Christus Vivit: “Pidamos al Señor que libere a la Iglesia de los que quieren avejentarla, esclerotizarla en el pasado, detenerla, volverla inmóvil” (CV No. 35). No seamos indiferentes y sigamos optando por ser “una Iglesia que comparte con los adolescentes y jóvenes, la tarea de hacer un país lleno de esperanza, alegría y vida plena” (PGP 187-188).

Nuestra segunda emergencia pastoral la constituyen las personas migrantes. Las recientes caravanas de centroamericanos que han entrado a nuestro país, con destino final en los Estados Unidos, pero escogiendo con frecuencia quedarse entre nosotros, han rebasado no sólo nuestros albergues, sino también la capacidad gubernamental para atenderlos. Este fenómeno seguirá en aumento por lo que necesitamos imaginar nuevas estrategias para atenderlo debidamente.

Hoy se vuelve necesario recordar las cuatro recomendaciones del Papa en relación a los migrantes, que acaba de pronunciar, una vez más, en su reciente viaje a Marruecos (30 y 31 de marzo, 2019): “acoger, proteger, promover e integrar”. Sé que, por desgracia, nuestros fieles no siempre tienen la sensibilidad necesaria para recibir a los migrantes. Ojalá podamos ayudarles a ver a nuestro Señor Jesucristo en cada uno de ellos. No tengamos miedo y sigamos optando por “ser una Iglesia comprometida con la paz y las causas sociales” (PGP 174-176).

Pero, quizá nuestra emergencia pastoral más apremiante sean los sacerdotes. Los protocolos para atender las denuncias sobre el abuso a los menores y a los adultos vulnerables han hecho que, en ocasiones, nos vean a los obispos como perseguidores o policías, minando la necesaria confianza filial que debemos despertar en ellos. Estamos en el reto de mantener el equilibrio pues no podemos encubrir delitos, pero tampoco perder a nuestros presbiterios.

Ya Aparecida (DA Nº 191-200) nos hacía ver las dificultades que enfrentan hoy nuestros presbíteros, por la cultura reinante que, aunque tiene sus luces, también tiene muchas sombras que nos invade con fuertes dosis de relativismo, individualismo, autorreferencialidad, etc. Con esperanza sigamos optando por ser una Iglesia misionera y evangelizadora y ofrezcamos experiencias de acompañamiento y formación permanente para los presbíteros, que propicien la vivencia de un encuentro con Jesucristo Vivo para que, en el contacto continuo con Él, fortalezcan sus esfuerzos de conversión personal y pastoral (PGP 180-183)

Queridos hermanos obispos, el Papa Francisco nos ha dicho que una de las razones originantes de la pederastia es el clericalismo. Como pastores, estamos llamados a combatirlo con la austeridad en nuestras vidas, entendida no sólo como necesaria sobriedad personal, sino como el ejercicio austero de nuestra autoridad. Dialogar más que imponer, es nuestro reto.

Que esta Asamblea Plenaria nos sirva para responder mejor a los desafíos que el cambio de época nos está planteando y que el sueño de Iglesia que deseamos llegar a ser y construir para celebrar los 2000 años de la Redención y los 500 del Acontecimiento Guadalupano, lo vivamos desde nuestro Proyecto Global de Pastoral 2031+2033 con fe, creatividad, comunión y sinodalidad de acuerdo a nuestros propios procesos pastorales en las Provincias Eclesiásticas, las Diócesis, en la Vida Consagrada, Grupos y Movimientos Apostólicos, así como por todo el Pueblo de Dios (Cfr. PGP 193).

En estos momentos de nuestra vida, descubramos la luz gloriosa de Jesucristo Redentor y experimentemos el amor maternal de nuestra Señora de Guadalupe para que como Iglesia en México podamos avanzar juntos, estableciendo relaciones y estructuras inspiradas en el Reino de Dios (Cfr. PGP 195)

Muchas gracias.

+ Rogelio Cabrera López

Arzobispo de Monterrey y Presidente de la CEM

Texto publicado originalmente por la CEM


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