La segunda vez que vi El león en invierno fue en el seminario. Los sábados, después de la cena, teníamos película. Entonces sí, entendí del todo la historia. Me sumergí en ella, la viví. La viví como continuación de Becket, la película que más me ha impresionado en toda mi vida.
Añadiré que, en ese momento, vi la película desde un punto de vista esencialmente moral. Todo el tiempo traté de penetrar el alma de cada personaje. La película, para mí, trataba de las pasiones del alma que solo busca lo que le ofrece este mundo. La historia civil pasaba a segundo plano. Disfruté el espectáculo de ambición, odio y pasiones.
El seminarista que la entregó al rector del seminario, en realidad, tenía la película para ponerla dos días después en la facultad por encargo de nuestro profesor de Historia de la filosofía medieval. El profesor lo consideró una trampa y una traición, porque el lunes por la mañana nadie fue a su proyección. Todos sus estudiantes la habíamos visto en el seminario dos días antes. Todavía me acuerdo de esa escena: don Josep María Saranyana diciéndole: ¿Pero cómo me has hecho esto? Literalmente le dijo eso.
Pero yo sí que fui a la segunda proyección, y con un grupito muy pequeño (y el profesor disgustado), la vi otra vez: era la tercera, pero la disfruté escena a escena. Aunque ciertamente menos, la tenía demasiado reciente. Al final, hubo unos cuantos comentarios, pocos sobre la película. De este tercer visionado, recuerdo que me fijé mucho en los detalles: desde la cabeza de madera de la proa de la barca normanda que remonta el río, hasta las velas para medir el tiempo, otra costumbre inglesa.
Sí, la tercera vez fue un continuo analizar cada escena, cada elemento. Yo tenía dieciocho años. Ahora ver una película entera se me hace pesado como subir una montaña sin descansos. En esa época, podía ver dos películas casi seguidas. Además, veía la película con una total suspensión de la incredulidad. Yo no veía a ningún actor. Era como si hubieran filmado a Enrique II, Leonor de Aquitania, etc.
Muchas veces querría volver a ver el cine con aquella mirada de niño, pero me resulta imposible. Ya no puedo. Los decorados son demasiado patentes. Las flaquezas de los guiones saltan como gatos en mitad de cualquier escena.


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