María Fernanda Bernasconi – Ciudad del Vaticano
Tras haberse despedido esta mañana en Bucarest de los empleados y miembros de la Nunciatura Apostólica, en esta última jornada en Rumania el Santo Padre emprendió el vuelo que lo condujo a la ciudad de Sibiu, donde viven poco más de ciento cincuenta mil habitantes en esta región de Transilvania, la más grande y rica de las ciudadelas amuralladas del siglo XII construida por los colonos alemanes, los llamados sajones de Transilvania. Aquí sus corporaciones pagaron para la construcción de edificios imponentes y las fortificaciones necesarias para su protección. El centro histórico de Sibiu conserva la grandeza del pasado, cuando las corporaciones de entonces, ricas y poderosas, dominaban el comercio regional.
Y en el Campo de la Libertad, situado en la parte oriental de Blaj – distante treinta y seis kilómetros de la conocida ciudad de Alba Iulia – a las 11 de la mañana hora local tuvo lugar el inicio de la divina liturgia con la beatificación de siete Obispos mártires greco-católicos.
Siete Obispos greco-católicos, mártires, hoy nuevos beatos
Se trata de: Mons. Iuliu Hossu, Mons. Vasile Aftenie, Mons. Ioan Bălan, Mons. Valeriu Traian Frențiu, Mons. Ioan Suciu, Mons. Tit Liviu Chinezu, Mons. Alexandru Rusu. Aquí – recordamos – en el Campo de la Libertad situado en la zona oriental de la ciudad de Blaj, cerca del Seminario Teológico Greco-Católico, en mayo del año 1848, más de cuarenta mil personas se reunían para afirmar su conciencia nacional y pedir el reconocimiento del pueblo rumano como nación, la libertad y la igualdad de derechos civiles. Blaj también es el memorial del testimonio de los mártires católicos durante la dictadura comunista.
Ante la presencia de unas cien mil personas, entre las cuales el presidente de Rumania y la Primera Ministra, tras la solemne fórmula de beatificación, pronunciada en latín, y festejada por el tañido de las campanas de la ciudad, en el transcurso de la divina liturgia, el Papa Francisco inició su homilía con la pregunta de los discípulos a Jesús: “Maestro ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?”. Y explicó que esta pregunta desencadena una serie de movimientos y acciones que acompañará todo el relato evangélico desvelando y dejando en evidencia lo que realmente enceguece el corazón humano.
Su ceguera no era fruto del pecado
Sí, porque como dijo el Santo Padre, “Jesús, al igual que sus discípulos, ve al ciego de nacimiento, es capaz de reconocerlo y ponerlo en el centro. Y después de aclarar que su ceguera no era fruto del pecado mezcla el polvo de la tierra con su saliva y lo pone en sus ojos; luego le ordena lavarse en la piscina de Siloé. Cuando se lavó, el ciego recobró la vista”. Llegado a este punto, el Pontífice dijo a los fieles que “es interesante notar cómo el milagro se narra en apenas dos versículos, en los demás se pone la atención no en el ciego recuperado, sino en las discusiones que desencadena. Parece que su vida y especialmente su curación se vuelve banal, anecdótica o elemento de discusión, así como de irritación y enojo. El ciego sanado es interrogado en un primer momento por la multitud estupefacta, después por los fariseos; y estos interrogan también a sus padres. Ponen en duda la identidad del hombre sanado; posteriormente niegan la acción de Dios, poniendo como excusa que Dios no actúa en sábado; llegan incluso a dudar que aquel hombre naciera ciego”.
Las acciones y prioridades de Jesús
A partir de esta escena y las discusiones provocadas, el Papa Francisco se refirió a cuán difícil resulta comprender “las acciones y prioridades de Jesús”, puesto que así “son las resistencias y hostilidades que surgen en el corazón humano cuando, en el centro, en lugar de encontrar a las personas se ponen intereses particulares”.
El Santo Padre también afirmó acerca de estos nuevos beatos que “ante la feroz opresión del régimen, ellos manifestaron una fe y un amor ejemplar hacia su pueblo”. Y añadió que con gran valentía y fortaleza interior, aceptaron ser sometidos a un encarcelamiento severo y a todo tipo de ultrajes, con tal de no negar su pertenencia a su amada Iglesia. Estos pastores, mártires de la fe, han recuperado y dejado al pueblo rumano una preciosa herencia que podemos resumir en dos palabras: libertad y misericordia”.
Luchar contra las nuevas ideologías
El Santo Padre concluyó su homilía animando a los fieles “a llevar la luz del Evangelio a nuestros contemporáneos y a seguir luchando, como estos beatos, contra estas nuevas ideologías que surgen”. Y les deseó que sean “testigos de libertad y de misericordia, haciendo prevalecer la fraternidad y el diálogo ante las divisiones, incrementando la fraternidad de la sangre, que encuentra su origen en el período de sufrimiento en el que los cristianos, dispersos a lo largo de la historia, se han sentido cercanos y solidarios”. “Que los acompañen en su camino – concluyó Francisco – la materna protección de la Virgen María y la intercesión de los nuevos beatos”.
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