Tengo a mis padres, de nuevo, pululando por mi piso. Una madre se siente como el 7º de caballería que viene en ayuda de su indefenso hijo. Su marido duerme como un bendito en el sillón que tengo enfrente. Mi madre… ahora se ha aficionado a los sudokus. Mucho me temo que la mitad del tiempo que antes empleaba en cocina, ahora se le va a ir en hacer sudokus. Genial.
Lo bueno de que vengan aquí es que así como Barcelona tuvo un antes y un después de las Olimpiadas en cuanto a reorganización urbana, así también estas venidas maternales me obligan a un plan integral de limpieza y puesta de orden del piso.
Ayer tuve una muy larga conversación telefónica con un filólogo sobre la palabra aion en el Nuevo Testamento. Yo creo que estuvimos hablando una hora entera. El significado de esa palabra resulta esencial para mi ensayo sobre el infierno.
Heinz me ha pasado un texto que también me ha resultado utilísimo. Ahora estoy a la búsqueda de textos magisteriales que hablen de la eternidad del infierno. Solo me interesa eso: los que hablen de la eternidad. Von Balthasar, ora pro nobis.
Pero dejemos de hablar sobre el averno. Mi madre ha hecho una crema de calabaza de primer plato el primer día, ha preguntado dónde están las cebollas, de postre fruta. La comida sana se ha establecido en casa. Winter is coming. He escondido unas galletas de esas gruesas con pepitas de chocolate. Están bien ocultas. No las encontrará.


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