En su mensaje, pronunciado desde la logia de la Basílica de San Pedro del Vaticano, junto con el Cardenal Renato Raffaele Martino, Presidente Emérito del Pontificio Consejo de la Justicia y la Paz, y del Pontificio Consejo de la Pastoral para los Migrantes e Itinerantes, y el Cardenal Konrad Krajewski, Limosnero Apostólico, el Santo Padre reconoció que “hay tinieblas en los corazones humanos, pero más grande es la luz de Cristo”.
“Hay tinieblas en las relaciones personales, familiares, sociales, pero más grande es la luz de Cristo. Hay tinieblas en los conflictos económicos, geopolíticos y ecológicos, pero más grande es la luz de Cristo”.
El Papa rogó “que el Emmanuel sea luz para toda la humanidad herida. Que ablande nuestro corazón, a menudo endurecido y egoísta, y nos haga instrumentos de su amor. Que, a través de nuestros pobres rostros, regale su sonrisa a los niños de todo el mundo, especialmente a los abandonados y a los que han sufrido a causa de la violencia”.
En su mensaje, el Papa pidió paz en Oriente Medio, en concreto en Siria, en Líbano, en Tierra Santa, en Irak y en Siria. Pidió “que Cristo sea luz para tantos niños que sufren la guerra y los conflictos en Oriente Medio y en diversos países del mundo”.
“Que sea consuelo para el amado pueblo sirio, que todavía no ve el final de las hostilidades que han desgarrado el país en este decenio”. “Que sea apoyo para el pueblo libanés, de este modo pueda salir de la crisis actual y descubra nuevamente su vocación de ser un mensaje de libertad y de armoniosa coexistencia para todos”.
“Que el Señor Jesús sea luz para la Tierra Santa donde Él nació, Salvador del mundo, y donde continúa la espera de tantos que, incluso en la fatiga, pero sin desesperarse, aguardan días de paz, de seguridad y de prosperidad. Que sea consolación para Irak, atravesado por tensiones sociales, y para Yemen, probado por una grave crisis humanitaria”.
Además, el Santo Padre tuvo también palabras de esperanza “para todo el continente americano, donde diversas naciones están pasando un período de agitaciones sociales y políticas”.
Pidió que el Niño nacido en Belén “reanime al querido pueblo venezolano, probado largamente por tensiones políticas y sociales, y no le haga faltar el auxilio que necesita”.
Se acordó también el Pontífice de otro país afligido por la violencia, esta vez en Europa: Ucrania. “Que el Redentor del mundo sea luz para la querida Ucrania, que aspira a soluciones concretas para alcanzar una paz duradera”.
Asimismo, pidió por los pueblos de África, “donde perduran situaciones sociales y políticas que a menudo obligan a las personas a emigrar, privándolas de una casa y de una familia. Que haya paz para la población que vive en las regiones orientales de la República Democrática del Congo, martirizada por conflictos persistentes”.
Que Cristo “sea consuelo para cuantos son perseguidos a causa de su fe, especialmente los misioneros y los fieles secuestrados, y para cuantos caen víctimas de ataques por parte de grupos extremistas, sobre todo en Burkina Faso, Malí, Níger y Nigeria”.
Finalmente, pidió “que, a través de nuestros brazos débiles, vista a los pobres que no tienen con qué cubrirse, dé el pan a los hambrientos, cure a los enfermos. Que, por nuestra frágil compañía, esté cerca de las personas ancianas y solas, de los migrantes y de los marginados. Que, en este día de fiesta, conceda su ternura a todos, e ilumine las tinieblas de este mundo”.
Tras finalizar el mensaje, el Papa presidió el rezo del Ángelus e impartió la Bendición Urbi et Orbi, que otorga la indulgencia plenaria a todos los fieles presentes en la Plaza de San Pedro y a todos aquellos que siguieron la Bendición a través de los medios de comunicación siempre que se cumplan las condiciones establecidas por la Iglesia.
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