Lo que acaba de ocurrir con el monasterio de las Jerónimas en Palma de Mallorca es solo uno de tantos ejemplos que indican que la Iglesia se encuentra ante un problema de magnitud considerable.
Son muchas, demasiadas, las congregaciones religiosas que están en claro proceso de desaparición. Incluso grandes órdenes, como la Compañía de Jesús, tienen que reestructurarse para poder adaptar su realidad organizativa a su realidad eclesial. No sé si Monseñor Rodríguez Carballo, arzobispo secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, tenía esa realidad en mente al decir que en la Iglesia estamos casi en un invierno. En el caso de un sector importantísimo de la vida religiosa, no se trata de un invierno sino una glaciación intensa que, además, no tiene remedio. Lo tendría si se volviera al carisma de los fundadores, pero muchos prefieren ver morir sus congregaciones antes que hacer lo que en la mayor parte de su vida no han hecho. El propio Mons. Rodríguez Carballo sabe muy bien en qué se ha convertido su orden en España y cuál es el futuro que le espera de aquí a 20-30 años.
El caso es que dichas congregaciones suelen contar con un rico patrimonio inmobiliario. No hablo solo de riqueza económica, que también, sino artística e incluso sentimental. Ver que un monasterio se convierte en un engendro de Satanás donde se practica espiritismo y otro tipo de actividades incompatibles con el cristianismo es algo muy triste. Ver colegios que en su día fueron católicos y que hoy conservan de su catolicismo apenas el nombre, es también penoso.
Creo que las diócesis deberían tomar cartas en el asunto para impedir que aquello que fue propiedad de la Iglesia sea hoy instrumento de perversión espiritual. Sé de al menos una diócesis española -no diré cuál- que está adquiriendo poco a poco colegios pertenecientes a congregaciones religiosas que ya no tienen frailes ni monjas que los puedan atender. También se podría hacer las gestiones oportunas para que conventos y monasterios que han quedado vacíos de sus anteriores inquilinos, puedan ser ocupados por congregaciones religiosas nuevas y/o pujantes, que no sufren el drama de la falta de vocaciones. Que les aseguro que las hay.
En todo caso, es preferible un monasterio o convento vacío que lleno de brujos, tarotistas, farsantes y mediums. Lo de Mallorca no puede volver a repetirse.
Luis Fernando Pérez Bustamante
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