En su discurso, el Santo Padre aseguró que “el secreto de la verdadera felicidad es donarse y el hombre no se realiza plenamente en el tener y en el hacer, sino en amar y donarse”.
“No se encierren, sino ábranse a la sociedad”, pidió Francisco a los asistentes, al tiempo que recordó que “la sociedad olvida hoy la dimensión de la comunidad y la del don gratuito de ser para los otros”.
En su discurso, el Papa puso la figura de a santa como modelo. “Lucía vivió de modo ejemplar gracias a su fe en Cristo”, aseguró, pero “sobre todo nos sugiere un valor que me parece muy importante también para vosotros: el coraje”.
Ella, señaló, “era una joven mujer, indefensa, pero afrontó las torturas y la muerte violenta con gran valentía, una valentía que le venia de Cristo resucitado, con el que estuvo unida, y del Espíritu Santo, que habitaba en ella”.
“Todos necesitamos valor para afrontar las pruebas de la vida. En particular las personas ciegas y deficientes visuales, necesitan no encerrarse” sino que deben “abrirse a la realidad, a los otros, a la sociedad”.
Francisco destacó que es importante tener en cuenta que Santa Lucía “no estaba sola, formaba parte de una comunidad”, y por tanto, “era miembro de un cuerpo del que Cristo era la cabeza, piedra de un edificio en el que Cristo era el fundamento”.
Sobre la Asociación, el Papa les dijo que “no es una suma de individuos, sino mucho más”. “Hoy -agregó- el mundo necesita vivir con alegría y entusiasmo la dimensión asociativa, porque en este momento histórico está en declive, no se la siente”.
Por eso es importante “hacer grupo, ser solidarios, encontrarse y compartir la experiencia”, algo que forma parte del “patrimonio civil de un pueblo”.
Las personas con estas dificultades deben decir al mundo que no están hechas “para estar solas”, sino para “relacionarse, ayudar, acompañar, sostener”. Así que estas personas “nos invitan a todos a hacer comunidad”.
El Papa se despidió del grupo recordando que Santa Lucía decía que “la vida se hace para ser donada”, y lo vio en esta forma de martirio.
“Vivir según estos valores puede comportar también hoy incomprensiones y cansancio por ir contracorriente, pero no es de extrañar: el testimonio requiere siempre pagar con la persona”, dijo.
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