ENTRE PARÉNTESIS | Por Ismael BÁRCENAS SJ |
Sobre el día de muertos
En la tradición de los antiguos mexicanos, se acostumbraba rendir tributo a los seres queridos fallecidos al ir a visitar sus tumbas y adornarlas con flores. También, se ponía la comida y bebida que, en vida, mucho había regocijado al difunto. Así, recordando a los abuelos y bisabuelos finados, se instruía a las nuevas generaciones respecto a sus antepasados y sus raíces. Todavía, en la actualidad, en algunos lugares de México, los cementerios se visten de fiesta para el día de muertos. Ahí se conjugan los cantos de los mariachis con los rezos, las risas con los llantos, la oscuridad de la noche con las luces de las velas, el olor a los pétalos amarillos del cempasúchitl con el humo del copal, la religión de los aztecas con el catolicismo llegado de España. Esta fiesta, que hace siglos se celebraba en el mes de agosto, se empató con la festividad de Todos los Santos y, así, es como celebramos en la actualidad el día de muertos.
En casas, escuelas y lugares de trabajo se montan altares donde se ponen fotos de los que se nos han adelantado. Estos altares constan de varios niveles que simbolizan el inframundo, el mundo y el cielo. Los elementos que lo componen integran hierbas como el laurel, el romero o la manzanilla; adornos de papeles de colores, recortados con imágenes de esqueletos danzarines; hay velas y ‘calaveritas’ hechas de azúcar que llevan el nombre del difunto. También, como antaño, están presentes la comida y bebida favorita del occiso, incluso cigarros si es que le apetecía fumar. Y, en la parte de arriba, la foto del muertito.
Sobre el día de Halloween
A la influencia de siglos pasados, se agregan los insumos contemporáneos. Desde hace tiempo, en México como en diferentes partes del mundo, gana terreno la festividad del Halloween. El Halloween (contracción del escocés: All Hallows’ Eve -víspera de Todos los Santos-) data del Siglo XVI y hoy se le conoce, a su vez, como ‘Noche de Brujas’ o ‘Día de Brujas’. Parece que esta tradición se origina del sincretismo entre festividades celtas y cristianas, ya que los celtas tenían un día señalado -el Samhain- para recordar a los ancestros familiares, a quienes se les permitía visitar a sus seres queridos en la tierra. Para ahuyentar espíritus malignos, los vivos usaban disfraces y máscaras. Con el tiempo, los inmigrantes irlandeses introdujeron esta tradición en América del Norte y, posteriormente, con la globalización, a todo el mundo.
Me parece que tanto el día de muertos, en Mesoamérica, como el Halloween, en la zona anglosajona, remiten al deseo de hacer presentes a quienes están ausentes y dedicarles un día para llorar su memoria y alegrarnos con sus recuerdos. En lo personal, mucho disfruté y me divertí en ambas fiestas. De niño me disfracé de muerto, de momia y de vampiro. Junto con otros, en las calles, pedíamos ‘calaverita’, es decir, cooperación en dinero o en especie –dulces o pan-, al grito de: “¡el muerto quiere camote, la viuda quiere una ayuda!”.
Halloween y el Día de Muertos son festividades que agregan el juego inofensivo y simpático de los disfraces. Esto nada tiene que ver con invocaciones diabólicas, cabe agregar el dato pues, en estos días, mamás alarmadas y asustadizas, preguntan si Halloween y el Día de Muertos son del demonio. No, nada de eso. No nos demos cuerda en malos viajes. Parte de esta fiesta, hoy, es disfrazarnos y echar mitote (juerga, alboroto). En lo personal, por disfrazarme de algún ser de ultra tumba, en la infancia, no fui sujeto de exorcismos, aunque, confieso, terminé de jesuita.
Sobre esparcir cenizas
Retomando un tema que se comenta en estos días, respecto al nuevo documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre no esparcir cenizas de los difuntos, rescato que, atendiendo a las festividades antes mencionadas, al ser humano le ayuda tener un espacio a dónde pueda ir a rendir tributo y recordar a sus muertos. Pero el hecho de que se esparzan cenizas no significa que no haya respeto o que se ande simpatizando con el New Age. Me parece muy pertinente la reflexión del teólogo Pedro Castelao que dice: “Conozco gente que expandió en el aire, en la tierra o en el agua las cenizas de un familiar, con todo amor y cariño, y sin dar ningún tipo de cabida a panteísmos, naturalismos o nihilismos”. Aparte, no está de más señalar el alto precio que hay que pagar para tener un nicho en una iglesia y guardar ahí las urnas funerarias de la familia.
Entiendo que este anuncio atiende -o advierte- a que no se banalicen los restos humanos. Recordemos lo que sucedió con las cenizas del famoso arquitecto Luis Barragán, que terminaron fundidas en un diamante, como bien cuenta Juan Villoro.
Por último, reconozco que este anuncio me suena a regaño (o a tarjeta roja inquisitiva). Entiendo que no son los mismo modos y estilos los del cardenal Gerhard Müller a los del cardenal Walter Kasper, por poner un ejemplo. A uno le apetece lo vertical, a otro el diálogo horizontal; uno se mueve con sospechas, el otro con confianzas; uno tiene un gesto serio, al otro se le facilita la sonrisa. Pero entre que son regaños o recomendaciones, el hecho es que hay que recordar a nuestros difuntos con cariño y con la serenidad de que, desde el más allá, nos invitan a que demos nuestro mejor esfuerzo en el más acá. ¡Feliz día de muertos!
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