¿Qué significa estar en gracia de Dios? ¿Cuáles son sus efectos en nuestras vidas? // Por: Catholic.net | Fuente: contempladores.com
Así San Pablo nos indica que el "adulto espiritual", el "hombre perfecto", es aquél que vive una transformación de su mente en una totalmente nueva, tal que distingue claramente, "sabe" cuál es la voluntad de Dios frente a las circunstancias de su vida. Esta es la acción de los dones del Espíritu Santo, que san Pablo la llama "sabiduría entre los perfectos" (159) y cuyo resultado, como concluye, es uno solo: "nosotros tenemos la mente de Cristo". (160)
¡Esta es la más extraordinaria consecuencia de la gracia! Cada cristiano puede llegar a tener su mente, inteligencia y voluntad, transformada totalmente, de manera que "recibe" a través de los dones del Espíritu Santo directamente las mociones del Espíritu Santo, que expresan la voluntad de Dios para su vida y sus acciones. Se transforma así en "otro Cristo" y podrá entonces exclamar, al igual que San Pablo: "Y no vivo yo, sino que es Cristo que vive en mí." (161)
Estamos así en presencia del santo, del "hombre nuevo", de aquél que, si en su libertad permanece dócil a la acción de la gracia, se moverá y actuará plenamente de acuerdo a la voluntad de Dios, y, como consecuencia de esto, será un instrumento perfecto del Espíritu Santo, según su vocación y estado, obrando en plena "sintonía" con las mociones que recibe de lo alto.
Es muy difícil para la razón humana abarcar la magnitud de lo que significa esta transformación sobrenatural del hombre, que verdaderamente lo "deifica", pero la vislumbramos cuando leemos la Biblia, en los Hechos de los Apóstoles, que fue lo que éstos hicieron después de vivir esta profunda transformación el día de Pentecostés, día del "bautismo en el Espíritu" que les había prometido Jesús. Se transformaron en instrumentos para la evangelización del mundo, con todo el poder del Espíritu Santo que se manifestaba a través de ellos con señales, prodigios y milagros.
Y, por supuesto, esta misma transformación la encontramos a lo largo de toda la historia de la Iglesia en tantos santos y santas, los que muchas veces llaman la atención por las cosas asombrosas que hicieron en su vida, movidos por el Espíritu Santo al que tan bien escuchaban.
Veremos en los próximos capítulos en detalle de qué manera y siguiendo cuáles pasos y etapas se va produciendo en el cristiano que persevera esta tremenda transformación, esta conversión profunda y total.
Para terminar, miremos rápidamente la función y la acción de cada uno de los siete dones del Espíritu Santo. La acción directa e inmediata del Espíritu Santo se ejerce sobre las dos facultades del hombre racional, la inteligencia y la voluntad, por lo que diferenciamos los dones del Espíritu Santo en dos grupos:
Hay dones llamados "dones intelectuales", porque su acción se centra en la inteligencia:
Don de Inteligencia o Entendimiento: permite en una sola "mirada", sin proceso de razonamiento, captar y penetrar en las verdades primordiales de la Revelación de Dios. Es el don que permite penetrar en el sentido oculto de la Escritura, de los acontecimientos que nos ocurren, de las imágenes y los símbolos sagrados, etc. Lleva a su máxima perfección a la virtud de la fe.
Don de Ciencia: permite "ver" la acción de Dios en el mundo que nos rodea, y, en particular, en las criaturas. Podemos a través de este don ver con prontitud y certeza lo que se refiere a nuestra santificación y la de los otros. Por medio de él entiende el predicador lo que ha de decir a sus oyentes para el bien de éstos, y el director espiritual como ha de guiar a las almas, porque penetra en sus secretos movimientos y puede ver los corazones hasta el fondo, ya que da el discernimiento infuso de espíritus. Es el guía y motor de las grandes empresas apostólicas.
Don de Sabiduría: actúa tanto sobre la inteligencia como sobre la voluntad; es el don que perfecciona al máximo la virtud de la caridad, y da un "conocimiento sabroso", como lo define San Bernardo, de las cosas de Dios, produciendo un gozo y un gusto sobrenatural. Es el don que da un conocimiento casi "experimental" de la presencia de la Trinidad en el alma del justo, y del que se derivan las más profundas experiencias místicas. Esta vivencia del amor de Dios tan extraordinaria es la que lleva la caridad, o amor de Dios, a su máxima perfección aquí en la tierra.
Nota seleccionada para el blog del Padre Fabián Barrera
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