Consagrados, cerca de Dios y de los hermanos

Hermanas y hermanos muy apreciados:

Por el don de la vocación que recibimos como consagrados para seguir al Señor más de cerca -sea cual fuere nuestro carisma-, no olvidemos que debemos estar encarnados; es decir, inmersos en el Pueblo de Dios, a semejanza de Jesucristo.
A partir de esta realidad, también tenemos, gracias al Espíritu Santo, a su inspiración y sabiduría, la dicha de descubrir quién es Jesús para nosotros, al grado de que nos ha llamado para dejarlo todo y seguirlo sólo a Él.
Gracias a esta inspiración hemos descubierto a Jesús digno de percibir todo nuestro ser, toda nuestra persona, toda nuestra vida. Hemos recibido la luz del Bautismo con un compromiso más fuerte, para ser como Cristo: pobre, obediente, casto, pero sin dejar de pertenecer a la familia de Dios.
El mundo agradece vernos, pero espera vernos -a los consagrados- perteneciendo a Dios; definitivamente, personas de Dios, pero no alejados de nuestros hermanos, no separados de ellos ni sintiéndonos superiores. Somos, como todos los hombres, perseguidos por la condición de limitación, de debilidad y de pecado, pero hemos sido escogidos, perdonados, reconciliados, y así estamos llamados a permanecer, en medio del Pueblo de Dios, para dar testimonio de la grandeza y de la hermosura de la vida cristiana.
Dice el Papa Francisco que no se requiere que los consagrados -varones y mujeres- sean meros activistas de la fe, sino personas inmersas, cercanas, sensibles a la realidad que viven todos los hermanos, dando testimonio del amor, de la misericordia, del perdón que Dios nos ha otorgado para seguirlo más de cerca.
Tal vez hay muchas cosas qué lamentar en la vida de los Sacerdotes, en la Vida Consagrada, como por ejemplo -para mencionar sólo una-, las deserciones. Hemos tenido que lamentar, en los últimos tiempos, muchas bajas; esto es, consagrados que se han separado, que han dejado la Vida Consagrada; Presbíteros que dejan la vida sacerdotal; pero, aunque esto nos entristece, nos preocupa y tenemos que tomarlo como un elemento de revisión, no dejemos de ver la Gracia que significa la perseverancia y el testimonio de tantas consagradas y de tantos consagrados.
No dejemos de ver la santidad de Dios brillando en la vida de tantos hombres y mujeres que han decidido seguir a Jesús, a pesar de sus debilidades y pobrezas. No dejemos de ver eso, porque nos garantiza la fuerza, la Gracia, el poder del Espíritu que inspira y que sostiene el llamamiento. Y lo que lamentamos, tomémoslo en cuenta para revisar, para tomar medidas, para prevenir y fortalecer, para estar atentos; pero no nos dejemos robar la paz, la felicidad, la alegría del seguimiento de Cristo y de la perseverancia de tantos consagrados.
Ofrezcamos a Dios el testimonio de consagradas y consagrados que han perseverado con la fuerza del Espíritu Santo y luchando por identificarse con Jesús. Que nos transformemos, cada vez más, en testigos fieles y creíbles de Jesucristo en medio del mundo.

Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

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