Celebrar el Día del Seminario es vislumbrar un mundo que, a pesar de sus desastres, debe mirarse con ojos de esperanza. Se trata de una Institución que tiene como tarea ofrecer, a la Iglesia, hijos de las familias cristianas que se preparan para estar al servicio de los demás en las cosas de Dios. Nunca ha sido una tarea fácil; pero consta que Dios sigue sembrando la semilla de la vocación, incluso en las circunstancias difíciles del presente.
En 1696, tiempos del Obispo Fray Felipe Galindo y Chávez, nació en forma definitiva el Seminario Diocesano de Guadalajara, hoy ya tricentenario. Una rica historia recorrida; 321 años de vida; ciertamente con altibajos, pero con ilusiones crecidas, encaminadas al futuro.
Estas son las cartas credenciales que avalan calidad e importancia de esta noble Casa de Formación. Pretende ser una fuente vigorosa para formar Pastores que atiendan la religiosidad, que impulsen la vida en lo mejor de sus valores y continúen la tarea milenaria: “Vayan y evangelicen a toda creatura”.
Día del Seminario es oportunidad para despertar la conciencia en las familias, escuelas, grupos juveniles, para que nazca entre adolescentes y jóvenes la gran idea de estar al servicio en las cosas que son de Dios. Robustecer una vocación que es “para los demás”, y tiene qué ver con todos y cada uno de los seres humanos.
Jesús, para crear la primera comunidad responsable de seguir la tarea evangelizadora, quiso llamar, según dicen las Escrituras, a gente de su tiempo, sin importar edad o su historia anterior. En ese momento importante, relata la Biblia, “…pasó la noche en oración”. Luego pidió que se acercaran algunos de los que hasta entonces le habían acompañado incondicionalmente. Eran discípulos, seguidores, tal vez indecisos… y de entre ellos eligió a Doce. Un número simbólico en la Biblia, en el que se incluye a todos los posibles, sin excepción.
La Familia, la Parroquia, son el lugar común y preponderante desde donde surgen las vocaciones a la vida sacerdotal. El Seminario, mediante la vida de comunidad, va esculpiendo detalles, formas de pensar para hacer del Seminarista un seguidor incondicional de Jesús. Por supuesto que la condición humana que llevamos, también hace de las suyas para dañar los sueños de los aspirantes al sacerdocio.
Las circunstancias sociales de una macroeconomía desbalanceada también hacen agua en la barca frágil del Seminario. Esta Institución requiere, como materia prima, la vocación de candidatos a la vida sacerdotal. La comunidad de los creyentes apoya con oraciones y también con diversas formas de ayudas materiales.
“No me eligieron ustedes a Mí… Yo los elegí a ustedes…” Es ésta una frase del Evangelio de Juan, que marca el nacimiento y el estilo de vida de la Iglesia secular. La vida cristiana es don de Dios; pero debe haber respuesta libre. Cada hombre, con su propia historia, necesita luces y apoyo. La vocación al sacerdocio “existe en la Iglesia, para la Iglesia y se realiza en ella”. Hay mucho quehacer pendiente en la vida de un Seminario, y bastante en qué ayudarle para su sostenimiento y florecimiento.

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