Meditación DOmingo 5º t.o. (A)

(Cfr. www.almudi.org)

 
 
 
A ejemplo de Jesús, hemos de ser “sal de la tierra, luz del mundo”. La luz con que el Señor llena a los que le acogen, es don y tarea para llevar a los demás
 
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo” (Mateo 5,13-16).

1. "Vosotros sois la sal de la tierra": Las dos parábolas de este texto parten de dos realidades, la sal y la luz, que en el mundo antiguo tenían la fama de ser imprescindibles. La primera comparación, la de la sal, es una exhortación a los discípulos como comunidad ("vosotros"). ¿Qué significado tiene la sal? Indica las funciones de purificación, de dar sabor, de conservar aquello perecedero, de dar valor, etc. Los sacrificios eran salados, al igual que los pequeños al nacer. Aplicado a los discípulos indica que con sus obras y su testimonio del Evangelio han de dar sabor y valor a la humanidad.
"Si la sal se vuelve sosa...": Aunque propiamente la sal no puede perder su sabor, aquí la imagen queda adaptada al servicio del contenido. Lo que los discípulos pueden perder es la capacidad de manifestar, con sus obras y su testimonio, el Evangelio. Esta posibilidad de fracaso se aplica a la imagen de la sal, subrayando que, de la misma manera que sería totalmente inútil una sal que no tuviera sabor, también lo sería la comunidad si no hiciese presente en el mundo las obras de la fe. Ser la sal de la tierra es ser su elemento más precioso: sin la sal, la tierra no tiene ya razón de ser; con la sal, por el contrario, si sigue siendo sal, la tierra puede proseguir su vocación y su historia. La Iglesia que no es ya fiel a sí misma no solo se pierde, sino que deja al mundo sin salvador.
"Vosotros sois la luz del mundo": «Es como si les dijera: “El mensaje que se os comunica no va destinado a vosotros solos, sino que habéis de transmitirlo a todo el mundo. Porque no os envío a dos ciudades, ni a diez, ni a veinte; ni tan siquiera os envío a toda una nación, como en otro tiempo a los profetas, sino a la tierra, al mar y a todo el mundo, y a un mundo, por cierto muy mal dispuesto”. Porque al decir: “Vosotros sois la sal de la tierra”, enseña que los hombres han perdido su sabor y están corrompidos por el pecado. Por ello exige sobre todo de sus discípulos aquellas virtudes que son más necesarias y útiles para el cuidado de los demás» (San Juan Crisóstomo). Cada discípulo es luz en la medida en que sus acciones se convierten en signos de Dios para el mundo. El testimonio cristiano está, pues, dotado de visibilidad y responde a una exigencia misionera: no se santifica uno de manera puramente interior; no se encuentra uno dispersado en el mundo hasta el punto de perderse en él en la conformidad total con ese mundo o de olvidar el testimonio de la trascendencia (Maertens-Frisque).
Jesús les dice cómo son los discípulos (“vosotros sois la sal…”) y también cómo deben llegar a ser: don y tarea. Juntos, los discípulos han de ser sal de la tierra, han de salar la tierra. Sólo es discípulo quien es sal y luz…
“Tu eres sal, alma de apóstol. -«Bonum est sal»- la sal es buena, se lee en el Santo Evangelio, «si autem evanuerit» -pero si la sal se desvirtúa..., nada vale, ni para la tierra, ni para el estiércol; se arroja fuera como inútil.
Tú eres sal, alma de apóstol -Pero, si te desvirtúas..» (san J. Escrivá, Camino 921). Ser sal, ser luz… ser fuente de vida, alegría, sabor a las comidas, para las vidas del prójimo, el caso de Teresa de Calcuta es un ejemplo de almas que se sienten mediadoras de la única Luz que realmente puede iluminar a los hombres,  como es el caso de tantos catequistas, de tantos agentes de la Palabra, de tantos  evangelizadores... que se sienten llamados a proclamar la Buena Noticia del Reino de  Dios. “La luz rápida cae como lluvia de cosa en cosa, y suscita varios colores dondequiera que se posa” (A. Manzoni). El cristiano ha de iluminar con sus obras bellas. Todos ellos, y otros muchos, sienten que sus vidas han sido iluminadas por la Luz de  Cristo; y saben que su única posibilidad es convertirse en transmisores de esa Luz; la Luz de la esperanza que se  mantiene contra toda esperanza, la Luz de la convicción nacida en el corazón de las  apariencias adversas, la Luz de la bienaventuranza descubierta en la pobreza o en la  persecución, la Luz del Dios Rey encontrada en la cruz en la que muere. Podemos encandilarnos con lucecitas fatuas… pero sólo la Luz de Dios ilumina la vida del hombre…
Quizá hay alguien a quien iluminamos y le damos ganas de vivir… Señor, te pido que aunque no me vea ni sal ni luz, aunque me falte motor y me sobre pereza, te doy gracias si doy luz a alguien, motivos para vivir, y te pido con san Francisco de Asís: “¡Oh alto y glorioso Dios!, ilumina las tinieblas de mi corazón; dame una fe recta, esperanza cierta, caridad perfecta, humildad profunda; dame sabiduría y conocimiento para cumplir tu santa y divina voluntad”.

2. La iluminación, el acceso a Dios, tiene lugar cuando el hombre no vive encerrado en sí mismo. Lo importante es "sentir" las necesidades y remediarlas. El profeta, habla después del exilio, ante la crisis de esperanza, el culto de los ídolos, división que lleva al odio entre hermanos, desprecio de los extranjeros… y por eso promueve la caridad como meta: “¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes? Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente.” Promueve el Señor la misericordia, y viene entonces la luz en nuestros corazones, se hace la luz; la luz del Señor, tema de las lecturas de hoy… “Te precederá tu justicia, la gloria de Yahveh te seguirá. Entonces clamarás, y Yahveh te responderá, pedirás socorro, y dirá: «Aquí estoy.» Si apartas de ti todo yugo, no apuntas con el dedo y no hablas maldad, repartes al hambriento tu pan, y al alma afligida dejas saciada, resplandecerá en las tinieblas tu luz, y lo oscuro de ti será como mediodía”.
 “En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo. Dichoso el que se apiada y presta y administra rectamente sus asuntos”. A quien cumple los mandamientos se le prometen tres formas de dicha: numerosa posteridad, prosperidad en los negocios materiales, inmunidad contra los ataques de la desgracia, de los malvados, de la mala fortuna...
“El justo jamás vacilará, su recuerdo será perpetuo. No temerá las malas noticias, su corazón está firme, en el Señor”. Releamos este salmo, poniéndolo en los labios de Jesús. ¿Quién mejor que El, "amó a plenitud la voluntad del Padre"? ¿Quién ha tenido una posteridad igual a la de Jesús? ¿Quién fue un enamorado de la Justicia, la ternura y la piedad? ¿Quién dio a los pobres más que El? ¿Quién fue "luz de los corazones rectos"? ¿Quién fue más "glorificado" que Jesús en su Resurrección? Por lo que hace al Impío, Príncipe de este mundo, que rechina los dientes ante la derrota, Jesús triunfa sobre él, mediante la Pascua (Juan 16,33), anuncio de la victoria final el Día Escatológico de Dios.
 “Su corazón está seguro, sin temor, reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta, y alzará la frente con dignidad”.
Dios no nos prohíbe ser "felices", al contrario, es su deseo que lo seamos: es la primera palabra del salmo y la primera de las Bienaventuranzas. Ahora bien, la felicidad más profunda no está en los "bienes materiales": hay una felicidad que nadie puede arrebatar al justo y es su "justicia" misma... Es decir, la felicidad de "compartir" de cumplir su deber, de " hacer correctamente" sus negocios, a riesgo de pobreza, en un mundo sin conciencia.
Muchas son las bendiciones que Dios acumula sobre la cabeza del justo: «Su linaje será poderoso en la tierra, en su casa habrá riquezas y abundancia; jamás vacilará, no temerá las malas noticias, su recuerdo será perpetuo». También son bendiciones sencillas para el hombre sencillo. Prosperidad en su casa y seguridad en su vida. Las bendiciones de la tierra como anticipo de las del cielo. El justo sabe que la mano de Dios le protege en esta vida, y espera, en confianza y sencillez, que le siga protegiendo para siempre. Justicia de Dios para coronar la justicia del justo. «¡Dichoso quien teme al Señorl» (Carlos G. Vallés).

3. “Nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado”. Pablo es el hombre que confía en la fuerza del mensaje. No pone su punto de apoyo en la sabiduría humana, sino en el conocimiento de Cristo crucificado. Lo que resulta manifiesto, a través de la pobreza humana del apóstol, es el poder de Dios: “…para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”. Pidamos a la Virgen –¡”bienaventurada tú, porque has creído!”-que en estos momentos actuales de exaltación del hombre no nos apoyemos en la fortaleza humana tan llena de debilidad, sino en la humildad que se abre a la misericordia divina.
Llucià Pou Sabaté

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