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Dar razón de la esperanza

Pbro. Lic. José Marcos Castellón

La segunda lectura de la liturgia del Domingo VI pascual está tomada de la primera carta de San Pedro. En ella, el Apóstol nos pide dar razón de nuestra esperanza a todas las personas que nos puedan preguntar dos cuestiones fundamentales: ¿Qué creen? ¿Por qué creen? Los contenidos en los cuales creemos, que responden a la primera pregunta, están debidamente consignados en la Sagrada Escritura leída en la Tradición de la Iglesia y custodiada e interpretada por el Magisterio Eclesial. La segunda pregunta nos lleva buscar con inteligencia, “con dulzura y con respeto” (1Pe 3,16) las razones de nuestra fe y de nuestra esperanza y su coherencia con las más agudas indagaciones de la mente humana; esa es una de las tareas fundamentales de la teología, como búsqueda de racionalidad de la fe cristiana.
Somos conscientes de que nuestra fe no es fruto de un razonamiento lógico o de una inquisición filosófica, como lo señala el Papa Benedicto XVI en la introducción de su primer encíclica Deus Caritas est. La fe cristiana no nace de la razón, sino que surge de un encuentro con Cristo resucitado; es la adhesión incondicional de toda la persona a la persona de Jesucristo,  que nos lleva a una confianza sin límites y a una esperanza a prueba de toda dificultad. Sin embargo, no porque la fe no sea fruto de la razón humana es irracional. Por el contrario, si la fe es un acto libre de adhesión que implica a toda la persona, la inteligencia está profundamente involucrada en ella, por lo que conocer las razones de la fe y su coherencia intelectual es una tarea indispensable para cada cristiano, que debe tener certeza de verdad en su fe.
Uno de los problemas actuales más acalorados en el ámbito de la racionalidad de la fe es su relación con las ciencias, por un prejuicio cientificista que considera todo acto de fe, no sólo religioso, como prejuicio científico, irracional y no-demostrable por el método científico, que se basa en la sola observación y constatación de hechos. Sin embargo, incluso aquellos que buscan la perfecta objetividad de sus investigaciones científicas tienen que hacer un acto de fe en las que previamente han hecho otros y de las que necesariamente se valen; sin ese acto humano de confianza secular no podría avanzar nunca la ciencia. Por otra parte, la ciencia puede dar razones de los fenómenos constatables, pero no responde, o no responde satisfactoriamente, a las interrogantes más acuciantes a la mente humana que le dan sentido y orientación a la vida. La ciencia es muy necesaria para conocer y ejercer dominio sobre la naturaleza, pero la fe es indispensable para darle sentido a la vida y tener criterios éticos que puedan garantizar la auténtica felicidad de los seres humanos.

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