Pbro. José Marcos Castellón Pérez
Desde hace ya casi un siglo, el 15 de mayo, se celebra en México el “Día del Maestro”, fiesta litúrgica de san Isidro Labrador, un humilde campesino madrileño del siglo XI que supo cultivar la tierra con amor, dedicación y esfuerzo. En realidad, en su origen ambas fiestas sólo guardan una relación de coincidencia en el calendario, pero creo que san Isidro es un buen modelo para los maestros.
La palabra cultura tiene su origen en el ambiente agrícola, donde la mano maestra del hombre cultiva la tierra para hacerla producir frutos de forma sistemática, efectiva y eficaz. El maestro simbólicamente, como el campesino en el campo, tiene la noble labor de sembrar la semilla de la verdad y del bien en la tierra fértil de sus alumnos para que llegue a desarrollarse en ellos y dé abundantes frutos en la sociedad. Mientras el campesino cultiva la tierra, el maestro cultiva a sus alumnos.
El maestro presta un invaluable servicio a la sociedad en cuanto que es portador no sólo de conocimientos empíricos que llevan al dominio científico y técnico del mundo, sino también de cultura, es decir, de un sistema de valores y principios que una sociedad profesa y hace posible así una sana convivencia en la búsqueda del bien común. Para realizar esta tarea, los maestros deben tener una gran dosis de humildad, pues muchas veces se tienen que enfrentar con valentía y creatividad a la indolencia de los alumnos, a la abulia de los padres, a los intereses mezquinos de los sindicatos y al proyecto estatal de una educación eminentemente técnica que sirve más a los intereses del capital.
La humildad, virtud que vivió de forma heroica san Isidro Labrador, capacita al magister (maestro), que etimológicamente significa el más grande, a hacerse minister, es decir, el más pequeño, para vivir, paradójicamente, su magisterio como un ministerio, como un servicio. Sin duda, muchos maestros son ejemplares en el servicio que prestan a sus alumnos y merecen reconocimiento y estimación no sólo en este día, sino siempre. Nosotros como cristianos tenemos la obligación moral de admirar, aplaudir, agradecer e imitar el amor, la dedicación y el esfuerzo del ejército pacífico de quienes conforman el cuerpo docente de tantas escuelas y colegios, liceos, academias y universidades. De la misma manera, debemos testimoniar al Maestro con mayúsculas, al Rabbí Jesús de Nazaret, que siendo el más grande (magister) supo hacerse pequeño (minister) en la cruz, para enseñarnos en esa cátedra de amor, que ésta es la más valiosa de todas las enseñanzas.
Publicar un comentario