Martirio de los Santos Cristóbal Magallanes y Agustín Caloca

Nonagésimo aniversario

verdugo 2 editPbro. Tomás de Híjar Ornelas
Cronista de la Arquidiócesis

El 21 de mayo de 1927, un destacamento militar encabezado por el general de brigada Francisco Goñi, aprehendió en sitios distintos al párroco de Totatiche, don Cristóbal Magallanes de 58 años de edad, y al encargado del seminario de Totatiche, presbítero Agustín Caloca, de 29, acusándolos de soliviantar a los católicos alzados en armas en la región. No obstante la postura pacifista de ambos, se les obligó a recorrer a pie unos 30 kilómetros -la distancia que hay de Totatiche a Momax- y de esta población a la de Colotlán otros tantos, a pie, atados y sosteniendo el paso de las cabalgaduras.
El día 25 siguiente, a media mañana, sin ningún juicio, según lo dispuso el General de Brigada Anacleto López Morales (1894-1970), Jefe de Operaciones Militares en esa zona, fueron fusilados en el patio de la presidencia municipal por un pelotón de soldados del Ejército Nacional, dirigidos por el teniente Enrique Medina.
Ante la inminencia de la muerte, el padre Caloca se llenó de angustia. Las palabras de su párroco lo serenaron: “Reanímate, Dios quiere mártires y en un momento y estaremos en el cielo”. Don Agustín, fortalecido, recibió el martirio con estas palabras: “Nosotros por Dios vivimos y por Él morimos.”

EL VERDUGO Y SU BRAZO EJECUTOR,
EL EJÉRCITO

La persecución religiosa en México va de 1914 a 1940, empero, entre 1926 y 29 vive una fase de guerra, provocada por la soberbia política del Presidente Plutarco Elías Calles, que en calidad de Comandante Supremo de las fuerzas armadas, lanzó al Ejército Federal a la más barbárica campaña de la que se guarde memoria, en un intento por descatolizar al pueblo de México, aun si para ello fuera necesario matar de forma despiadada a ciudadanos inocentes y tolerar entre los mandos milicianos la práctica de la extorsión para obtener dinero fácil.
Si el Ejército se prestó a tales maquinaciones no poco de ello se debe a la clausura de la Academia Militar, en 1914, a raíz de los Tratados de Teoloyucan. La milicia de carrera fue reemplazada por tropas de voluntarios forjados en el saqueo y el pillaje, de modo que ser soldado “más que respeto inspiraban miedo y odio” por considerárseles “oscuros malvivientes, viciosos, mariguanos, violadores y para colmo los perseguidores de la Iglesia”, recuerda Jesús María Sánchez Martínez, que fue miliciano, y por el cual conocemos un poco de la calaña del General de Brigada Anacleto López Morales, “feroz, brutal e incisivo perseguidor” de los cristeros, al que se atribuyen barbaridades tales como “haber quemado vivos en la plaza de armas de Jerez a un Cura y a su madre, que se atrevió a pedir clemencia para su hijo”.

verdugo de magallanes y caloca editSEÑOR DE HORCA Y PUÑAL
Quien fuera comandante de la 17ª Zona Militar, fue un callista a ultranza mientras le convino serlo. Para él, la obra del también llamado Jefe Máximo de la Revolución Mexicana se resumía “en estas grandes palabras: elevar al pueblo”. Quien morirá con el máximo reconocimiento de su gremio, el grado de General de División, fue también un próspero terrateniente y ganadero especializado en toros de lidia, en su cuartel de la Hacienda de Víboras, del municipio de Tepetongo, Zacatecas, gracias al pillaje y a la avaricia. El prestigioso escritor Severino Salazar le dedica en el corpus de su obra el relato “Jesús, que mi gozo perdure”, donde bajo el nombre de “Aniceto” lo describe como asesino rapaz y predador sexual.
Cierto es que entre 1928 y 1970, este “vecino” de Tepetongo compró en la mitad de lo pactado ese feudo, que fue agrandando, despojó de ganado la hacienda de Malpaso, sembró hijos por doquiera –se habla de 56-, embarazando sobre todo a menores de edad, fue autor de tropelías sin límite, desarrolló una capacidad camaleónica para estar bien con los jefes en turno, gozó de una bien ganada fama de avaro y venal, conservando hasta su muerte un estatuto de indiscutido cacique en el sur de Zacatecas y el norte de Jalisco, si bien evitaba en lo posible ingresar a esta entidad, donde nunca se sintió seguro.

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