Por Antonio MAZA PEREDA |
Cierre de campañas electorales 2017. Segunda ronda de debates. ¿Han servido todos estos esfuerzos para que tengamos más elementos para decidir quién nos debería gobernar? Probablemente no. Y vale la pena entrar al tema de los debates mismos y ver si están siendo útiles. Yo opino que no, pero igual estoy equivocado. Usted me dirá.
Es claro que los debates nacen de una demanda ciudadana, para entender mejor a los candidatos y sus propuestas. La vieja propaganda política con pintas de bardas, toneladas de gallardetes y miles de “pasacalles” es inútil para tomar una decisión. Aún los menos ilustrados nos damos cuenta de que toda esa propaganda solo mostrará las mejores cualidades de los candidatos. Nunca nos dirán sus defectos. Y es de esperarse: otras cosas serán, pero tontos no.
¿Qué hacer? Veamos que se hace en las democracias más consolidadas. ¡Debates! Santo remedio. Vamos a debatir. ¿Cómo? La verdad, no sabemos. No tenemos una cultura del debate. No hay una tradición. Vamos a hacerlo, a ver qué tal sale. Y lo que sale es un diálogo de sordos, monólogos en serie que ni escuchan ni contestan lo que dicen sus contrincantes. Dicen su rollito que ya tienen aprendido y lo presentan.
Dominados por el concepto mercadológico de la política, todos hacen encuestas, todos reciben resultados muy parecidos de las mismas y todos hacen propuestas similares. Y es de esperarse. El mercadólogo te pide que digas al electorado lo que quiere oír. Y ahí está la causa de la falta de originalidad y la superficialidad de sus ofertas. Que la mayoría no llegan a ser propuestas, son aspiraciones de la ciudadanía, pero faltando lo principal: ¿Cómo lo van a lograr? Promesas de resultados sin aclarar el modo como se van a lograr. Al fin y al cabo, prometer no empobrece.
Por otro lado, en los debates dominan dos objetivos: dar “buena imagen”, lo que quiera que esto signifique y enlodar a los contrincantes, desprestigiarlos lo más posible. No importa demostrar que soy más apto que los demás, lo que importa es minarlos. No importa demostrar que mis ideas son buenas, lo importante es que los demás se vean mal.
Con este estilo de debate, nos están llevando a votar con las tripas o con el hígado. No con la razón. Y, la verdad, el hígado no nos ha ayudado mucho. ¿Habrá llegado la hora de que la ciudadanía busque argumentos y razonamientos en vez de imagen y bellos discursos? Creo que sí. Espero que muchos empiecen a actuar de ese modo.
Publicar un comentario