Homilía Domingo 30 (A)

(Cfr. www.almudi.org)



(Ex 22,20-26) "No oprimirás ni vejarás al forastero"
(1 Tes 1,5c-10) "Vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca"
(Mt 22,34-40) "Amarás a tu prójimo como a ti mismo"

Homilía con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

--- Existencia de la ley natural
“Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza, Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador”.
“No vejarás...”, “no oprimirás...”, “no explotarás a viudas ni a huérfanos”, “no serás...usurero”, “si tomas en prenda...lo devolverás”.
El autor del libro del Éxodo, con estas órdenes tan fuertes y perentorias, quiere hacernos reflexionar sobre la realidad fundamental de la existencia de una “ley moral natural”, ingénita en la misma estructura del hombre, ser inteligente y volitivo. Hay una ley moral inscrita en la conciencia misma del hombre que impone respetar los derechos del Creador y del prójimo y la dignidad de la propia persona; ley que se expresa prácticamente con los “Diez Mandamientos”.
Transgredir la ley moral natural es fuente de consecuencias terrible y ya lo hacía ver San Pablo en la Carta a los Romanos: “Tribulación y angustia sobre todo el que hace el mal...; pero gloria, honor y paz para todo el que hace el bien” (Rm 2,9-10). Lo que San Pablo decía a los pueblos paganos, que no habían actuado en conformidad con el conocimiento racional de Dios, único Creador y Señor, y habían despreciado la ley moral natural, se constata de modo impresionante en todos los tiempos, y por lo tanto también en nuestra época: “Y como no procuraron conocer a Dios, Dios lo entregó a su réprobo sentir, que los lleva a cometer torpezas y a llenarse de toda injusticia, malicia, avaricia, maldad...” (Rm 1,28-29). El descenso de la moral, tanto en el campo social como en el ámbito personal, causado por la desobediencia a la ley de Dios inscrita en el corazón del hombre, es la amenaza más terrible a cada persona y a toda la humanidad.

--- El amor a Dios y a los hombres
En el Evangelio de hoy un doctor de la ley pregunta a Jesús: “Maestro, ¿Cuál es el mandamiento principal de la ley?” (Mt 22,36). Cristo responde: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y el primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los Profetas” (Mt 22,37-40).
Con estas palabras Cristo define cuál es el fundamento último de la moral humana, esto es, aquello sobre lo que se apoya toda la construcción de esta moral. Cristo afirma que se apoya en definitiva sobre estos dos mandamientos. Si amas a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo, si amas verdadera y realmente, entonces sin duda no “vejarás”, ni “oprimirás”, “no explotarás a ninguno, en particular a la viuda y al huérfano”, no serás tampoco “usurero” y si “tomas en prenda lo devolverás” (Ex 22,20-25).
La liturgia de la Palabra de hoy enseña de qué modo se construye el edificio de la moral humana, desde sus mismos fundamentos y, al mismo tiempo, nos invita a construir este edificio precisamente así.
Puesto que debemos aprovecharnos honestamente de la participación en la liturgia de hoy, debemos pensar si y cómo construimos el edificio de nuestra moral. Y si la conciencia comienza a reprobar nuestras obras, reflexionemos si a esta moral no le falta el fundamento del amor.

--- La gracia de Dios para cumplir la ley moral
“Dios mío, peña mía, refugio mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte” (Sal 17/18,3).
El hombre, en diversas situaciones de la vida, se dirige a Dios para encontrar en él la ayuda, por ejemplo con las palabras del Salmo responsorial de hoy. Se dirige a él en las dificultades y en los peligros.
Los peligros más amenazadores son los de naturaleza moral, tanto por lo que respecta a los individuos, como también a la familia y a toda la sociedad.
Y entonces es necesario un esfuerzo más grande y una cooperación más ferviente con Dios para construir sobre roca sólida, sobre el fundamento de los mandamientos y sobre la potencia de su gracia. Ese fundamento perdura incesantemente. Y Dios no niega su gracia a los que sinceramente aspiran a ella.
Que se cumpla en vosotros estas palabras, con las que saludo al comienzo a vuestra comunidad: “Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza, Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador” (Sal 17/18,2).

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