Por Fernando Pascual
La palabra irreversible aparece en diversos contextos y con significados similares.
Por ejemplo, cuando se afirma que una ley es irreversible, o que un proceso no tiene marcha atrás, o que estos acuerdos no serán modificados, etc.
En realidad, al usar la palabra irreversible se expresa una valoración que muchas veces coincide con un deseo: el deseo de que esto no cambie en el futuro.
La vida, sin embargo, encierra mil sorpresas. Aquella decisión declarada irreversible es modificada radicalmente después de años (o incluso de meses).
¿Por qué tantas cosas declaradas como irreversibles no lo son? Porque el ser humano conserva una libertad que le permite no solo rechazar lo decidido por otros, sino “volver atrás”, recuperar una situación anterior, o dar pasos hacia horizontes totalmente novedosos.
Un poco de prudencia, de sentido común (tan olvidado) y de serenidad, llevaría a muchos periodistas, políticos, estudiosos, a no usar la palabra irreversible como adjetivo, y a reconocer cuántas posibilidades existen ante nosotros.
Desde luego, con el pasar del tiempo se descubrirá que un proceso ha provocado cambios tan radicales que el “volver atrás” parece muy difícil, casi imposible.
Por ejemplo, la introducción de las armas de fuego en la guerra ha dejado “fuera de lugar” el uso de lanzas y flechas como instrumentos eficaces para el combate.
Pero ni siquiera en esos casos resulta imposible un recurso a ideas, instrumentos y modos de actuar “superados”. También entre nosotros hay quienes pueden matar a otros con un arco y una flecha…
En el camino de la historia muy pocas instituciones, costumbres, técnicas, son “irreversibles”. No solo por esa libertad que tanto nos sorprende, sino porque el mismo proceso humano está lleno de saltos en todas las direcciones. También hacia aquellas declaradas como “superadas” que, de repente, se hacen nuevamente presentes entre nosotros…
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