Pbro. Armando González Escoto
El terror extremo ha pasado. De madrugada, la noche que parecía eterna se ha roto con el esplendor de un amanecer como no ha habido ningún otro en la historia del mundo. Sin el recurso de los efectos especiales, sin resplandores ni músicas celestiales, en el silencio del alba Jesús resucita. De nuevo y de manera definitiva la experiencia de lo divino se aleja de la tormenta y del terremoto para hacerse sensible en la suave brisa, esa en la que el profeta Elías descubrió la presencia de Dios.
Esta singular horizontalidad de lo sobrenatural que en Jesús se hace permanente, lleva consigo un mensaje evangelizador: el mensaje de la Buena Nueva no llega con un poder avasallante, sino como una propuesta salvífica, es la extraordinaria “señal de Jonás” que ha sucedido en la ordinariedad del sepulcro vacío. Jesús no es un actor de Hollywood, ni su Resurrección puede ser reducida a un espectáculo, por eso, aunque muchos vieron después al Señor resucitado, nadie lo vio resucitar.
Este mismo anuncio del Evangelio llegó al territorio que hoy es México el 24 de abril de 1519, era justamente domingo de Pascua. La primera misa que se celebraba en México era una misa de Pascua, el Señor resucitado se hacía presente con la misma sencillez y discreción extraordinaria de la Resurrección, es decir, en la humilde presencia del pan y del vino consagrados, ante los cuales los españoles se arrodillaron dejando a los indígenas perplejos.
También, en estos cristianos venidos de España, estaba Jesús; entre libre y encarcelado por las estructuras que la cristiandad vivía en esos tiempos, y en esas complejas circunstancias de exploración, evangelización y en ocasiones conquista. Comenzaba entonces la verdadera transformación de este territorio y de su gente, una primera y extraordinaria transformación que cambiaría para siempre los horizontes de unos y otros.
En España comenzaba el siglo de oro, en América el siglo de la luz. Pero ni la luz ni el oro se alcanzan de manera fácil, ni sus emisarios son siempre los mejores capacitados, los más impolutos, acaso porque no hay parto que se produzca con total asepsia, ni hay un solo ser que nazca bañado y ya del todo presentable. Los misioneros serán con mucho una muy notable excepción para la época en que vivieron, por eso el siglo XVI también es su siglo, lo mismo en América que en el extremo oriente, particularmente en India, China y Japón. El siglo de la luz es el siglo en que el Evangelio salió finalmente de su encierro europeo y mediterráneo, alcanzando una escala verdaderamente mundial, cuyas vísperas las había dado Portugal, ya en el siglo precedente.
La Pascua de Jesús, ese acontecimiento único que hoy celebramos, coincide pues este año con la pascua de estas tierras y para estas sus gentes, un amanecer que inició en Veracruz y que irá cubriendo paulatinamente todo el territorio, de Oriente a Poniente y de Sur a Norte, hasta iluminar con su luz naciente las colinas de Tonalá, en el hoy Jalisco, también, misteriosa coincidencia, en la Pascua de 1530.
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