Con 64 años de sacerdocio, Darío Bragado es uno de los presbíteros más longevos de la Iglesia en la Ciudad de México. Tiene 89 años -en octubre cumple los 90- y, aunque lleva bastón, lo utiliza poco. Es un hombre de sonrisa fácil, pero su mirada enérgica ejemplifica bien su pasado como formador de seminaristas.
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En entrevista, recuerda sus primeros años como sacerdote, su período de estudio en la Universidad Pontificia de Salamanca, España y sus años como profesor y vicerrector en el Seminario Conciliar.
Una vocación precoz
“¿Cómo nació mi vocación? Yo era acólito, cuando llegó un nuevo párroco a la iglesia, él me invitó a entrar al seminario. A los 12 años de edad, no pensé mucho en lo que esto significaba, pero acepté con gusto porque me gustaba el estudio”.
“Entré al seminario, aunque me preocupaba más sacar buena calificación en los exámenes que ser un seminarista piadoso, porque era muy inquieto, me encantaba el deporte”.
Sin embargo, con el tiempo, y gracias al acompañamiento de sus superiores y de su director espiritual, comenzó a cultivar su vocación, primero en el Seminario Menor de Temascalcingo, en el Estado de México y, posteriormente en el Seminario Mayor de la Ciudad de México.
En su etapa como seminarista, reconoce que su hermano mayor, Lorenzo, fue muy importante, pues él era sacerdote y lo impulsó en su vocación.
Profesor y formador
Fue ordenado sacerdote el 6 de enero de 1955, en el Altar de los Reyes de la Catedral. Meses antes había sido asignado como profesor de latín de los seminaristas menores por un breve tiempo, hasta que los superiores lo enviaron a España para estudiar Lenguas Clásicas en la Universidad Pontificia de Salamanca.
A su regreso volvió a la cátedra, y con el tiempo fue nombrado Vicerrector del Seminario Menor, cargo que tuvo por nueve años. Recuerda que le encantaba estar ahí ahí. “Aún sin saber dar clases, me encantaba estar en la cátedra, dirigiéndome a los alumnos”.
Durante 23 años ayudó a formar a varias generaciones de sacerdotes que ahora prestan servicio pastoral en la Arquidiócesis de México.
El padre Héctor Peña, uno de sus últimos seminaristas, recuerda al padre Bragado como un hombre amable, sincero, pulcro, recto y sonriente, que forjó su vocación y ahora es su gran amigo.
“Nos exigía mucho en la escuela y por tanto también en el seminario, pero se hacía ‘pequeño’ con los chiquitines del Seminario Menor; el corría con todo entusiasmo con su playera roja para darnos ejemplo en el deporte”.
La vida pastoral
Después de su etapa en el seminario comenzó una larga carrera como párroco en distintas iglesias. Aunque al principio le costó un poco de trabajo adaptarse, “con el tiempo –dice- aprendí a amar muchísimo la vida pastoral”.
En ese tiempo fue secretario y oficial de matrimonios de la VI Vicaría, y párroco de la iglesia de San Jacinto de San Ángel y de la Iglesia del Señor de la Resurrección, en Bosques de las Lomas, donde estuvo 15 años, entre otras.
Ahora, el padre Bragado continúa ejerciendo el ministerio sacerdotal en la Catedral Metropolitana, a la que está ligado desde el año 2000, cuando fue nombrado Canónigo del Venerable Cabildo Metropolitano. Además, de un tiempo para acá también escribe poesía.
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“No soy poeta, sólo escribo algunas cosas”, dice con modestia casi al final de la conversación, mientras muestra con orgullo un ejemplar empastado de su libro de sonetos titulado: Los pininos de un versificador en ciernes. Abre el libro en una página al azar y aparece un soneto titulado Entrega, que cierra así:
Darse todo a todos rectamente,
preferir el encuentro con el pobre,
testigo de Jesús siempre clemente:
que tu entregarte alegre al sacrificio,
sea descubrir a Cristo en todo hombre;
la eternidad de Dios, tu beneficio.
La vocación al sacerdocio -reconoce el padre Darío Bragado- no es sencilla, y tiene muchos momentos de tristeza y de soledad.
Pese a ello -asegura- “en todos los lugares a los que he sido enviado, en el Seminario y en las parroquias, siempre he estado muy contento”. Y resume así su vida: “He tenido una vida muy feliz”.
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