La Biblia afirma que donde sea que se reúnan dos o más personas en su nombre, Dios se encuentra ahí (Mt 18, 20); sin embargo, hay un aspecto fundamental de la vida de la fe: nuestra dimensión comunitaria.
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Este aspecto es vital, y Jesús nos invita a salir de nosotros mismos para encontrarnos con el hermano, incluso nos recuerda que en eso se resume toda la ley y los profetas (Mt 22, 39-40). Ignorar este aspecto nos puede llevar al intimismo y a una fe egoísta, sólo basada en mi “bienestar”, un riesgo muy difundido en nuestra cultura actual que favorece el aislamiento.
La fe debe llevarnos a vernos como un gran cuerpo y como una comunidad, unidos por un mismo sentir, por eso ya desde los primeros tiempos los creyentes se reunían para celebrar el día del Señor, el domingo.
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Pongamos textos de referencia como son el testimonio de Hechos 20, 7 o un escrito del siglo II conocido como la Didajé: “En el día del Señor reuníos y romped el pan y haced la Eucaristía, después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro”.
Así podemos recordar la importancia de reunirnos en Misa y celebrar el día del Señor como hermanos y unidos en la misma fe, evitando sólo una fe intimista y aislada.
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