En su catequesis, pronunciada desde la Biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano, puso un ejemplo para explicar cómo la oración construye esa “cadena de vida”.
“Recuerdo la historia de un hombre, un jefe de gobierno importante, no de este tiempo, de tiempos pasados, ateo que no tenía sentido religioso en el corazón. Pero de niño escuchaba a la abuela que rezaba, y aquello permaneció en su corazón. Y en un momento difícil de su vida, aquel recuerdo regresó a su corazón y comenzó él a rezar con las cosas que decía la abuela, y allí encontró a Jesús”.
Ese es el motivo, insistió el Santo Padre, “por el que es tan importante enseñar a los niños a rezar. A mí me produce dolor cuando encuentro niños a los que les pido que hagan el signo de la Cruz y no saben hacerlo. Enseñadles a hacer bien el signo de la Cruz. Es la primera oración, para que los niños aprendan a rezar. Después, quizás, se pueden olvidar, tomar otro camino, pero aquello permanece en el corazón, porque es una semilla de vida, la semilla del diálogo con Dios”.
Por otra parte, realizó una descripción de cómo la humanidad pasó de la comunión con Dios al odio fraterno por culpa del pecado, y cómo la fuerza de la oración de unos pocos abrió la puerta a la esperanza en la redención.
Explicó cómo en los primeros capítulos del libro del Génesis “se describe la progresiva expansión del pecado en los asuntos humanos”. Adán y Eva, engañados por la serpiente, asumen que Dios les tiene envidia y que impide su felicidad, y se rebelan contra Él para tratar de ser como Dios.
“Esa es la tentación”, advirtió el Papa, “la ambición que entra en el corazón”. Sin embargo, cuando comen del fruto prohibido “experimentan lo contrario de lo que esperaban: sus ojos se abren y descubren que están desnudos. No olvidéis esto: el tentador es un mal pagador, paga mal”.
En la siguiente generación, al de Caín y Abel, el mal aumenta. Caín mata a su hermano Abel por envidia, al que veía como un rival. “El mal se enraíza en el corazón de Caín y no consigue dominarlo”.
“El mal comienza a entrar en el corazón, los pensamientos son siempre de mirar mal al otro, con sospecha: ‘este es un malvado que me quiere hacer el mal’. Y eso va entrando en el corazón. De esa manera, la historia de la primera fraternidad termina con un asesinato. Y yo pienso hoy en la fraternidad humana: guerra por todos lados”, lamentó el Papa.
Con el paso del tiempo, “el mal se extiende como una mancha de aceite hasta ocupar todo el cuadro”. “Los grandes sucesos del diluvio universal y de la torre de Babel revelan que había necesidad de un nuevo comienzo, de una nueva creación que tendría su cumplimiento en Cristo”.
Y, sin embargo, “en estas primeras páginas de la Biblia, también está escrita otra historia, menos llamativa, más humilde y devota, que representa la redención de la esperanza”.
“Aunque casi todos se comportaban de manera feroz, haciendo del odio y de la conquista el gran motor de la vida humana, había personas capaces de rezar a Dios con sinceridad, capaces de escribir de un modo diferente el destino del hombre”. Y citó a algunos grandes personajes del Génesis: Abel, su hermano Set, Enos o Noé.
Leyendo sus historias, “subsiste la impresión de que la oración es el dique de contención, el refugio del hombre frente a la ola llena de mal que crece en el mundo”.
Esa oración, incluso parece destinada a pedir “por la salvación de nosotros mismos”. “Esto es importante”, subrayó Francisco. “Es importante. Rezar: ‘Señor, por favor, sálvame de mí mismo, de mis ambiciones, de mis pasiones, sálvame de mí mismo’”.
“La oración, cuando es auténtica, libera de cualquier instinto de violencia y es una mirada dirigida a Dios”. “La oración cultiva jardines de renacimiento en lugares donde el odio del hombre ha sido capaz de extender el desierto”, concluyó.
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