En una entrevista concedida a ACI Prensa/EWTN, Antonia Salzano destacó que Carlo “deseaba mucho el encuentro con Jesús, que para él era una presencia viva, era un amigo. Lo vivía como un encuentro con el amor de su vida al que no quería renunciar por nada. Carlo vivía esta presencia de Dios constante en su vida, sabía transformar lo ordinario en extraordinario precisamente porque tenía esta presencia viva de Jesús dentro de su corazón”.
Explicó que “desde pequeño, Carlo siempre había mostrado un fuerte interés por todo lo relacionado con la Iglesia, los santos, el Evangelio… Por ejemplo, recuerdo que cuando era pequeño, pasábamos delante de las iglesias y quería entrar para saludar a Jesús crucificado, para rezar en el sagrario. En primavera, cuando salíamos de paseo, recogía flores para llevárselas a la Virgen. Por lo tanto, desde pequeño, mostró de forma espontánea, él solo, un fuerte interés personal por la Iglesia”.
Señaló que solía pronuncia “esta frase, ‘No yo, sino Dios’. Parece una banalidad pero, en efecto, una sociedad como la nuestra tiene necesidad de redescubrir la importancia de comenzar en todo desde Dios”.
La madre de Carlo destacó que su hijo “estudiaba las Escrituras, el catecismo de la Iglesia Católica, la vida de los santos… Por lo tanto, estaba muy preparado, tenía una memoria excepcional. No digo que fuera un teólogo, pero casi”.
También hizo hincapié en su temprana vocación catequética: “Tenía claro el deseo de enseñar a los jóvenes, a los niños, un deseo que maduró después de la confirmación, que hizo a los 11 años”.
Gracias a su estudio, “pudo constatar sobre el terreno las contradicciones que, por desgracia, existen hoy en la Iglesia. Por ejemplo, los jóvenes que van a catecismo, se confirman y luego no vuelven a Misa”.
“Carlo nos remite a aquello que es más importante, que es poner a Dios en el primer lugar de nuestra vida”, afirmó Antonia. “Seguramente hoy, que rige una sociedad basada un poco en lo efímero, en la exaltación del yo, donde se olvida la existencia de Dios, el mensaje de Carlo es profético”.
Además, insistió en que “su fe no estaba separada de su vida, como hacen muchas personas que separan su vida cotidiana de su dimensión de fe. Carlo encarnaba su vida de fe, la vivía cotidianamente, se percibía”.
Carlo “estaba asombrado de cómo hoy se pueden hacer filas kilométricas para ver a un cantante de rock, a un actor, o un partido de fútbol, y luego, delante del sagrario, no hay esas multitudes”.
Decía que “si la gente se diese cuenta de la importancia de la Eucaristía habría tantas personas en la iglesia que sería imposible entrar. Por lo tanto, era consciente del hecho de que la Eucaristía no se comprendía, no se comprendía el inmenso don que Jesús nos da al permanecer con nosotros, todos los días, como prometió, hasta el fin de los tiempos en el sacramento eucarístico”.
“Carlo decía que sabemos que, para nosotros, cristianos, amar a Dios, amar al prójimo, amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, es decir, el mandamiento del amor, es el mandamiento más importante para alcanzar la santidad, para parecerse cada vez más a Jesús. Carlo decía que cada minuto que pasa es un minuto menos que tenemos para santificarnos, que la vida es un regalo, un regalo para santificarse, para merecer la santidad eterna”.
Antonia Salzano, al recordar las reflexiones de su hijo sobre la Eucaristía, concluyó que “ciertamente, la eucaristía, que Carlo llamaba su autopista hacia el cielo, es el alimento más grande que podemos tener para crecer en esta santidad. Del mismo modo que nosotros nos alimentamos porque nuestro cuerpo necesita nutrientes, nuestra alma necesita a Dios porque fue creada por Dios”.
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