Los gulag fueron campos de concentración o de trabajos forzados que funcionaron oficialmente en la ex Unión Soviética entre abril de 1930 y enero de 1960.
Mons. Adelio Dell’Oro, Obispo de Karaganda (Kazajstán), dijo a Fides que Gertrude fue una laica que “a través de su ferviente fe y ejemplo de vida, ha influido en el desarrollo de las vocaciones sacerdotales y monásticas”.
Desde niña Gertrude Detzel quiso consagrarse a Dios como religiosa, incluso se sintió muy triste cuando supo que las mujeres no podían ser sacerdotes, pero siendo laica se dedicó a anunciar al Señor viviendo la pobreza como terciaria franciscana.
“Se convirtió en una sierva de Dios en el mundo, anunció la Buena Nueva e instruyó a la gente con su palabra y la oración, pero sobre todo con el ejemplo de una vida santa, que era especialmente preciosa y necesaria en ausencia de sacerdotes e iglesias abiertas”, resaltó el Obispo.
Con el inicio de la fase diocesana del proceso de beatificación se ha creado una comisión especial que recogerá los testimonios sobre la vida de Gertrude.
Una vez concluida la fase diocesana del proceso, si el resultado de la investigación es positivo, la documentación se enviará a la Congregación para las Causas de los Santos en el Vaticano.
Gertrude nació el 8 de noviembre de 1903 en el Cáucaso, en el pueblo de Rozdestvenskoe. Fue la tercera de 17 hermanos en una familia católica.
En 1941, con el ingreso de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial, fue deportada a la ciudad de Pakhta Aral en el sur de Kazajstán, que entonces era parte de las repúblicas soviéticas, donde trabajó recogiendo algodón y donde evangelizó con la oración y la acción.
Tat’jana Titova escribió hace unos años en la revista de la Diócesis de Novosibirsk (Rusia) que Gertrude fue sometida a numerosos traslados y sentencias a trabajos forzados. En uno de los campos donde estuvo solía rezar con las mujeres. Siempre estaba alegre a pesar del duro trabajo.
Solía decir que “el Señor nos ha dado esta cruz y Él nos ayudará a llevarla”. Allí enseñaba, bautizaba y ayudaba a sepultar los muertos.
Un domingo y mientras dirigía una oración, un militar entró a los barracones y todos enmudecieron menos Gertrude que siguió rezando. Cuando terminó, se acercó al comandante y le dijo: “Le pido disculpas: nosotras somos católicas, y cuando rezamos hablamos con Dios; por eso no podemos interrumpir nuestra oración”.
El comandante le respondió: “Entiendo. La suya es una fe auténtica. Si hubieran escapado y hubieran dejado de rezar, habría dudado de que fuera una fe verdadera. Hay que honrar a Dios ante todo”.
En una oportunidad y luego de salir de la cárcel, Gertude dijo: “Soy católica. Nuestra fe exige que pongamos todos nuestros conocimientos a disposición del prójimo, que lo ayudemos. Lo que se hace por el prójimo, se hace por Dios”.
Después de ser liberada en 1956, partió para Karaganda, donde había muchos católicos y donde llegaban los sacerdotes que lograban salir de los gulag.
El Obispo de Novosibirsk, Mons. Joseph Werth, recuerda que Gertrude fue su primera maestra y explica que “en Karaganda centenares, sino millares de fieles, niños y adultos fueron preparados para recibir los sacramentos por Gertrude”.
“Si de las comunidades católicas de Karaganda han salido doce sacerdotes y muchas monjas, esto es en gran parte mérito suyo. Casi todas estas personas o sus padres crecieron con la escuela de Gertrude”, resalta el Prelado.
El 16 de agosto de 1971, al día siguiente de la Asunción de la Virgen, Gertrude murió a causa de un tumor en los pulmones.
Sor Klara Ritter fue quizá la última persona que habló con ella y que le escuchó rezar el 15 de agosto: “María, Madre celestial, hoy es un día solemne, de gran alegría. Llévame contigo, te lo ruego”.
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