Santidad en familia: Vaticano reconoce vida ejemplar de hija de un matrimonio de beatos

, 30 Ago. 21 (ACI Prensa).- El Papa Francisco reconoció las virtudes heroicas de Enrica Beltrame Quattrocchi, la más pequeña de los cuatro hijos del matrimonio Beltrame Quattrochi, beatificados en 2001. Enrica se dedicó intensamente al cuidado de sus padres ancianos, a las obras de caridad y a la atención de parejas en crisis que acudían a ella en busca de ayuda.

Enrica Beltrame Quattrocchi nació en Roma (Italia) el 6 de abril de 1914. Es la última de los cuatro hijos que tuvieron Luigi Beltrame Quattrocchi y Maria Corsini, que fueron beatificados en 2001 por San Juan Pablo II.

Enrica quedó pronto sola en casa, ya que sus tres hermanos mayores abandonaron el hogar para entrar en la vida religiosa. El mayor, Felipe, se ordenó sacerdote y pasó a llamarse Don Tarcisio. Estefanía, la segunda hija, entró como religiosa benedictina y pasó a llamarse Sor Cecilia. Y César, el tercero, se hizo monje trapista y tomó el nombre de Don Paolino. 

En la Misa de beatificación de Luigi Beltrame Quattrocchi y Maria Corsini, sus dos hijos sacerdotes, Tarcisio y Paolino, concelebraron junto al Papa San Juan Pablo II. Enrica asistió a la celebración junto con las más de 40 mil personas que participaron en ese gran momento. Sor Cecilia había fallecido ocho años antes. 

Desde su juventud, Enrica estuvo enormemente comprometida en las actividades de voluntariado y en el asociacionismo católico. Desde pequeña formó parte de las Hijas de María, de las Hermanas Cristianas y de la Damas de San Vicente, llegó hasta las zonas más pobres de los barrios de Trastévere y Montagnola en Roma, para ayudar a los más necesitados. 

A partir del año 1936, acompañó regularmente a los enfermos a los santuarios de Lourdes (Francia) y Loreto (Italia). Desde 1939 fue voluntaria De la Cruz Roja. Se diplomó como enfermera en 1940 y entró al servicio en los hospitales militares durante la II Guerra Mundial, prestando socorro a los perseguidos políticos, a los soldados y a los refugiados. 

Junto con su madre, la beata Maria Corsini, trabajó enormemente en las obras de protección de la juventud de la Asociación Católica Internacional, de la que fue secretaria general hasta el año 1976.

En 1942, terminó sus estudios universitarios licenciándose en Letras Modernas en la Universidad de Roma. Se especializó en Historia del Arte, asignatura que impartió desde 1944. 

En 1956 manifestó su intención de entrar en una congregación religiosa, pero después de un largo discernimiento y en diálogo con sus directores espirituales, decidió que su vocación era el servicio generoso a sus familiares ancianos.

Desde 1976 fue Superintendente del Ministerio para los Bienes Culturales y Ambientales.

El 15 de noviembre de 2001, en Pacognano (Italia) se consagró en el movimiento Testigos del Resucitado, fundado por el sacerdote salesiano Sabino Palumbieri. En los años sucesivos intensificó las actividades de encuentros con jóvenes, parejas, sacerdotes, seminaristas, religiosos, obispos y cardenales. 

A partir del año 2009, su salud empeoró significativamente, pero la Sierva de Dios no dejó de hacerse cargo de las necesidades de los demás. En el año 2012, adoptó a Francesco Beltrame, hijo de su primo, para que el apellido Beltrame Quattrocchi no se perdiera. 

Murió en Roma (Italia) el 16 de junio de 2012, cuando tenía 98 años. 

La Sierva de Dios vivió su consagración al Señor en su familia, dedicándose totalmente al cuidado y asistencia de sus padres y realizando numerosas obras de caridad.

Al mismo tiempo, estuvo disponible para acompañar con su consejo y su palabra a quien acudiera a ella. La oración, la lectura y la meditación de la Palabra de Dios, la participación cotidiana de la celebración eucarística marcaban el ritmo de sus días. La fe impregnaba todo su modo de mirar y afrontar la realidad. 

Vivió la esperanza en su cotidiano abandono de Dios. La espera del encuentro con Él la hacía capaz de mantener la serenidad y la fe en cada dificultad de su vida. En particular, afrontó con esperanza cristiana la numerosas enfermedades que había en su vida, como la dificultades económicas que le afligieron en los últimos años, derivadas de los grandes costes necesarios para su atención. Constantemente esperaba su encuentro con el Señor y esperó sin temor la muerte. 

El amor de Dios fue la razón de su vida. Buscó en todas su actividades darlo a conocer a todos. Comprometida durante muchos años en las Damas de San Vicente, no escatimó cuando vio necesidad, pobreza. Después, siguiendo el ejemplo de sus padres, los beatos Luigi Beltrame Quattrocchi y Maria Corsini, se dedicó especialmente a acompañar parejas en crisis. Y se puso al servicio de sus padres cuando la necesitaron, renunciando totalmente a sus propias aspiraciones.

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