Evangelizadores con Espíritu (V) por el arzobispo de Zaragoza, Manuel Ureña


Evangelizadores con Espíritu (V) por el arzobispo de Zaragoza, Manuel Ureña


Domingo, 06 de abril de 2014


V DOMINGO DE CUARESMA


Contemplamos en esta carta pastoral el quinto y último capítulo de la exhortación apostólica del papa Francisco, Evangelii gaudium. El capítulo se divide en dos apartados. Trata el primero sobre las motivaciones para un renovado impulso misionero (cf EG 262-283). Y se nos ofrece en el segundo una bella reflexión sobre María, la mujer espiritual por antonomasia, la madre y estrella de la evangelización


(cf EG 284-288).


Hemos de ser evangelizadores con Espíritu. Y evangelizadores con espíritu significa evangelizadores penetrados y urgidos por el Espíritu Santo. Así ocurre en Pentecostés. Allí es el Espíritu quien hace salir de sí mismos a los Apóstoles, los transforma en heraldos de las grandezas de Dios y les infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente (EG 259).


Y es que, sin vida espiritual, sin oración constante, la acción evangelizadora corre el riesgo de quedarse vacía y el anuncio amenaza con ser un anuncio sin alma. Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Nueva no sólo con palabras, sino con una vida traspasada y transfigurada por la presencia de Dios (EG 259).


Sólo bajo la acción del Espíritu la evangelización encontrará móviles interiores que la impulsen, motiven, alienten y le den sentido.


Una cosa ha de quedar, pues, clara: que ninguna motivación será suficiente para legitimar y urgir la acción evangelizadora si el fuego del Espíritu no arde en los corazones. Por lo tanto, invoquemos una y otra vez al Espíritu Santo, para que “venga a renovar, a sacudir, a impulsar a la Iglesia en una audaz salida fuera de sí misma para evangelizar a todos los pueblos” (EG 261).


¿Cuáles son las motivaciones que nos infunde el Espíritu para un renovado impulso misionero? La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él, que nos mueve a amarle siempre más. Pues ¿qué clase de amor sería aquel que no sintiera la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? (EG 264). Por lo cual, si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos. Y Él así lo hace, pues, cuando le contemplamos con amor, nos detenemos en las páginas de su Evangelio y le leemos con el corazón, su belleza nos asombra y vuelve a cautivarnos una y otra vez (EG 264).


A veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno. Y de esa amistad y de ese amor hay ya en el hombre, por la acción del Espíritu Santo, una nostalgia y una espera aun cuando éstas sean inconscientes (EG 265).


Finalmente, el móvil definitivo, el más profundo, el más grande, el que da sentido y finaliza todos los demás, consiste en buscar lo que Cristo busca y en amar lo que Él ama. Y lo que Cristo busca y ama no es otra cosa que la gloria del Padre (EG 267).


El segundo motivo que legitima y urge la evangelización es, en expresión del Papa, “el gusto espiritual de ser pueblo”, el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que ese hecho es fuente de un gozo superior. “La misión es una pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo, es una pasión por su pueblo” (EG 268).


En efecto, la mirada de Jesús en la cruz no se dirige sólo al Padre. Esa mirada es amplia y se dirige, llena de cariño y de ardor, hacia su madre, María, hacia el apóstol Juan y hacia toda la humanidad. De este modo descubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo (EG 268). A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la carne sufriente de los demás. Él espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que permiten nos mantengamos a distancia del nudo de la tormenta humana (EG 270). Sólo puede ser misionero aquel que se siente bien cuando busca el bien de los demás, cuando desea la felicidad de los otros (EG 272). Y, para ello, para compartir la vida con la gente y entregarnos con generosidad, necesitamos reconocer también que cada persona es digna de nuestra entrega, pues es obra de Dios, criatura suya. Él la creó a su imagen, y ella refleja algo de su gloria (EG 274).


Con el Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María. Ella reúne a los discípulos para invocarlo (Hch 1, 14), y así hace posible la explosión misionera que se produjo en Pentecostés (EG 284).


Ella es la madre del Evangelio y la madre de todos los hombres, llamados a creer en Él y a anunciarle. Al pie de la cruz, en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María. Y procede así porque no quiere que caminemos sin una madre. Al Señor no le agrada que falte a su Iglesia el icono femenino (EG 285).


María es la mujer de fe, que vive y camina en la fe. Ella se dejó conducir por el Espíritu, en un itinerario de fe, hacia un destino de servicio y fecundidad. Hoy, nosotros fijamos en ella la mirada para que nos ayude a anunciar a todos el mensaje de la salvación y para que los nuevos discípulos se conviertan en agentes evangelizadores (EG 287).


Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. María contempla el misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos. Ella es la mujer orante y trabajadora en Nazaret, y también es nuestra señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás “sin demora” (Lc 1, 39). Esta dinámica de justicia y de ternura, de contemplar y de caminar hacia los demás, es lo que hace de la Virgen un modelo eclesial para la evangelización (EG 288).


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