La noche electoral la pasé entera en vela. Pero no por razones electorales. Sino por una pésima decisión (también cuantitativa) acerca de lo que decidí cenar. Os lo aseguro, si queréis dormir bien, no abuséis del lomo embuchado. Ahora sé que tomado en la dosis precisa es peor que el café.
Así que cuando vi que no me podía dormir, me levanté, me puse a trabajar y viví los resultados en directo. En mitad de la noche, llegué a la convicción de que con 33 millones de dólares gastados en la campaña, hasta yo podría ser proclamado Fortea I, President of the United States, el primer presidente nacido en Afganistan.
Me acordé de cuando vimos a Iceta gritar Go, Hillary, go y comprendimos todos el mismo mensaje: di no a las drogas. También me acordé de cuando Trump viendo a los niños llorar en los sermones declaró: They’re sending babies that have lots of problems and they’re bringing those problems with us. Free the sermons from the frementes.
Todos esos momentos se perderán como lágrimas de Hillary en la lluvia. Ahora hay que trabajar para unificar el país. Si Trump y Clinton quedaran viudos y se casaran, su hijo volvería a unificar el país. Creo que ésta es la única solución razonable.


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