Juan López Vergara
El texto evangélico que nuestra Madre Iglesia coloca en la Mesa de la Eucaristía es llamado: El Evangelio del Evangelio, pues entraña el originalísimo espíritu del Reino traído por Jesús, quien sorpresivamente revela que es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los perseguidos por la justicia, donde Dios se manifiesta (Mt 5, 1-12).
El nuevo Proyecto
El texto de Las Bienaventuranzas inicia el pasaje del Evangelio de San Mateo conocido como ‘El Sermón de la montaña’, que se extiende hasta el final del Capítulo Séptimo (5, 1–7, 29). El Señor instruye a los suyos: “En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles” (vv. 1-2). La propuesta de Jesús se dirige también a las muchedumbres (compárense los vv. 1-2 con Mt 4, 25). En ella se expone el nuevo espíritu del Proyecto de Dios: “Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: ‘Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado’” (Mt 4, 17).
Llamados a poner el mundo al revés
La admirable justicia proclamada en el Sermón está vocacionada a ser la característica de los discípulos: “Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 5, 20). Del reino de la ley a la Ley del Reino. Mateo explicita que los discípulos son los sucesores de los Profetas: “Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los Cielos, pues de la misma manera persiguieron a los Profetas anteriores a vosotros” (v. 12). El Mensaje del Sermón deberá, entonces, afectar a todo el mundo a través de la predicación de los discípulos (compárese Mt 28, 18-20).
La dignidad de la pobreza evangélica
Mateo presenta ocho Bienaventuranzas, en las que cada augurio va acompañado de una promesa. Sólo la primera y la última de ellas, que aluden a los ‘pobres de espíritu’ (v. 3) y a los ‘perseguidos por causa de la justicia’ (v. 10), coinciden en la promesa que consiste en la posesión del Reino de los Cielos. Esta promesa, en ambos casos, aparece en tiempo presente, formando así un marco literario perfecto; en las seis restantes la promesa respectiva se reserva para el futuro (compárense vv. 4.5.6.7.8.9).
Por consiguiente, para Jesús los destinatarios de la primera y última predicción participan ya ahora de la dicha, porque están en la actitud justa, con la apertura correcta y responsable ante el inédito Plan de Dios. Nos parece ilustrativo el comentario de San Jerónimo: “Para que nadie piense que el Señor predica una pobreza soportada a veces por necesidad, añadió: “de espíritu”, para que entendieras aquí la humildad, no la indigencia. Bienaventurados los pobres de espíritu que, movidos por el Espíritu Santo, son pobres voluntariamente”.
El Santo Padre Francisco, un pobre de espíritu, en su Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio”, en un arrebato de confianza, nos comparte: “Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a qué aferrarse” (n. 7).
En palabras de un santo de la Historia, José Martí, comprometido Prócer y Poeta: “Con los pobres de la Tierra quiero yo mi suerte echar”.
Publicar un comentario