Qué cortos se le pueden hacer cuatro años a un inquilino de la Casa Blanca


Los que leéis este blog desde hace años bien sabéis (y bien que criticáis) cuánto me gusta fijarme en los pequeños detalles (gestos de la cara, movimientos de las manos, reacciones corporales inconscientes) que delatan la psicología de una persona. Esa afición se la debo a mi admiración por la novela francesa realista del siglo XIX. Mi queridísimo Flaubert me enseñaron que los gestos del cuerpo dicen tantas cosas como las palabras expresadas por la lengua. Sea dicho de paso, para mí, en este campo, el autor de La Regenta es superior a todos los franceses, aunque sea menos conocido, por el hecho de que su obra haya tenido menos difusión.
Pues bien, el juramento del cargo de Donald Trump fue una orgía de gestos psicológicos inconscientes. Nunca había visto nada igual. El número de esos detalles gestuales inconscientes es tal que realmente uno no sabe por donde empezar. Hay tanta tela que cortar que voy a ir a las conclusiones y aun éstas resumidas.
Antes de nada, la tensión de Melania: Sin ninguna duda, se debía no a su marido, sino a la tensión avasalladora que ciertas personas sienten al sentirse miradas por miles de personas. Ese horror a saber que estaba siendo observada, escrutada y juzgada le provocó una tensión y una rigidez de tipo epic level. Un análisis pormenorizado de por qué afirmo eso requeriría que el post se transformara en páginas y páginas de explicaciones, cosa que no voy a hacer por piedad y misericordia hacia vosotros. Gracias.
Esa misma tensión la he visto incluso en obispos que en mitad de la misa estaban sufriendo un nerviosismo torturador al sentir centenares de ojos clavándose en ellos. En la tensión de Melania, Donald Trump no tuvo ninguna culpa. Melania se pasó toda la ceremonia a punto de estallar a causa de una psicología que no podía lidiar con la presión de una nación entera mirándole a través de las cámaras.
Desgraciadamente, lo que sí que quedó claro ante las cámaras es la relación de la pareja. Una relación de clara sumisión por parte de la esposa, una situación de pleno dominio y exigencia por parte de su esposo Donald Trump. Eso se vía clarísimamente en el modo en que ella bajaba la mirada, en la manera en que ella le miraba, en las formas egoístas en las que Donald trató todo el tiempo a su mujer. Subir las escaleras para saludar a los Obama sin esperarla a ella es algo que no pasa por casualidad.
Pero si el detalle del coche y las escaleras quedó claro para todos, hubo otros muchos detalles que, aunque menos claros para la generalidad de la gente, indicaban que la relación entre los dos esposos es cualquier cosa menos una relación de amor. No sólo eso, el lenguaje gestual de Trump fue impresionante. Aquí me autocensuro, porque he hecho propósito de no hablar mal del actual inquilino de la Casa Blanca.

Donald Trump ese día ofreció dos discursos: uno con palabras y otro con gestos. El lenguaje de los gestos fue inequívoco y prefiero no seguir hablando y mantener mi propósito.

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