Padre de la Patria, vencedor victorioso al mando de las legiones, veintuna vez ornado con la dignidad tribunicia, salve

Hay que racionalizar los flujos migratorios, hay que acabar con que las mafias sean el modo de entrada habitual de los inmigrantes, hay que vigilar la entrada de radicales peligrosos, pero todo eso hay que hacerlo de un modo distinto al modo de Trump. ¡Como si a todos esos complejos problemas se les pudiera poner punto final con una sola firma!
Hay que ser humanos con el empleo nacional más vulnerable, hay que reintroducir el concepto de comercio justo, hay que proteger la manufacturación en Europa y Estados Unidos. Pero ésa es una labor cuidadosa de relojero que nada tiene que ver con las órdenes ejecutivas que Trump. De nuevo, en todos esos asuntos, su solución es de un simplismo arrollador.
La relación con China y los países emergentes tiene que ser redefinida, consensuada y armonizada en un plan a largo plazo. Pero eso debe ser realizado con una delicadeza extraordinaria, porque se trata de cuestiones que pueden crear unas tensiones inimaginables.
Como ejercicio imaginativo, si yo hubiera llegado a tener en mi mano la presidencia de una nación, la que sea, me imaginaba que hubiera querido ejercerlo como el emperador Adriano en la famosa obra de Yourcernar: el imperio de la razón. El ejercicio de la autoridad por parte de alguien que ama el ideal de la polis ateniense. El ejercicio del poder máximo desde el ideal de la Ilustración; desde el ideal, no desde aquello a lo que derivó ese ideal.
Pero hay otras personas (imaginemos que no estoy pensando en Trump) que desean el Poder por el Poder mismo. El magnate que desea el Poder como un trofeo, como un cazador. El millonario que cree que puede hacer sinónimos del verbo golpear y gobernar. El millonario que cree que lo que la nación necesita es alguien fuerte que dé un golpe en la mesa.

Me imagino la cara (las lágrimas) que debió poner ayer, por ejemplo, un iraquí al llegar a la frontera tras tantísimas horas de vuelo, escalas e impresos rellenos, con su visado en regla en su mano nerviosa, y que se encontró con que le llevaban a una dependencia aparte para decirle que le iban a devolver a su país. El millonario que no sabe lo que es el miedo o la necesidad está muy por encima de las lágrimas de ese iraquí que deseaba comenzar una nueva vida en un país sin paro como Estados Unidos y donde le esperaba el resto de su familia.
Hay emperadores que deseaban vestirse la púrpura para colocar una estatua de oro en el foro, para poder enviar legiones victoriosas hacia Persia, para hacer grande a su país: hacerlo grande, ¡más grande! Otra vez esa ebriedad, otra vez ese primitivismo de tribu viejuna. No aprendemos nada.
Bueno, no todo son malas noticias, al menos Melania ya se toma una tila tranquila en el salón mientras piensa: no quiero asistir a otra inauguración presidencial nunca.
¿Os imagináis que Melania fuera una Livia como la de Yo, Claudio? Maquinando, conspirando en el salón mientras se toma su tila.

Conspirar está bien, pero si no hay sangre derramada sobre el mármol, todo queda muy light. Salve, Melania, nueva Livia, salve nueva Lady Macbeth. Haz lo que tengas que hacer hasta que el bosque de Birnam se mueva.

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