Para derribar el muro de la soberbia

Queridos hermanos y hermanas:

Jesús es el nuevo Moisés que sube al monte y se sienta para enseñar a sus discípulos; es decir, para enseñarnos a todos. Estas enseñanzas, conocidas como Las Bienaventuranzas, son difíciles de entender, desconcertantes para muchos e, incluso, contradictorias. Sin embargo, sólo el que entra en comunión con Dios, el que lo conoce, puede vivir estas Bienaventuranzas.
Veamos la vida de los Santos, y entenderemos que Las Bienaventuranzas son realizables, podemos vivirlas. Si esto lo descubrimos en la vida de los Santos, con mayor facilidad en la vida de Jesús, que las vivió a plenitud.
Dice una de ellas: “Bienaventurados (dichosos) los que están limpios de corazón, porque verán a Dios”, de lo que deducimos que, para entender Las Bienaventuranzas, hay que limpiar el corazón del egoísmo, de la vanidad, de la soberbia, de la autosuficiencia.
Podemos entender que el que llora, será consolado. El que sufre, se verá aliviado. Al que es perseguido por la justicia, se le llamará hijo de Dios, constructor de la paz. En una palabra, para entender el conjunto de este discurso, necesitamos convertir nuestro corazón, dejar de pensar y ver el mundo como lo vemos los pecadores, los que estamos inmersos en la ganancia, en la competencia, en el ser más que los otros, en querer estar por encima de los demás. Mientras tengamos esta mentalidad, no podemos entender a Dios.
Cuando descubramos que no nos bastamos a nosotros mismos, que solos no podemos resolver nuestras dificultades; cuando descubramos nuestra pobreza y humildad, entonces estaremos abiertos a conocer a Dios, a trabajar por la justicia y por la verdad. Renunciaremos a relacionarnos con engaños y mentiras. Cuando nos descubramos pobres y humildes a los ojos de Dios, vamos a renunciar a la palabra hiriente, provocativa, ofensiva, que muchas veces utilizamos para relacionarnos con los demás. Vamos a cambiar nuestro lenguaje, y comenzaremos a hablar como nos habla Dios: con amor, con misericordia, con comprensión; no nos condena.
Cuando escuchemos esta enseñanza de Jesucristo, no descartemos sus palabras, pensando que eso que señala el Señor no es posible. Entendamos que ésta es la forma como se relaciona Dios con nosotros, y que es el único camino por el que podemos relacionarnos con Él y con los hermanos. Es el nuevo Decálogo del Pueblo de Dios.
Hace falta, en nuestro mundo, vivir de acuerdo al espíritu de Las Bienaventuranzas. Mientras no permee en la mente de la Humanidad, vamos a seguir batallando con ese espíritu de discriminación, de desprecio, de poner muros. Mientras no entendamos bien este lenguaje de Jesús, vamos a seguir pensando que nosotros somos todo, lo podemos todo, lo resolvemos todo, y así vamos cometiendo injusticias, atropellos, agresiones; llevamos rencores, venganzas y una serie de actitudes que, lejos de unificarnos como humanos, nos van degenerando.
Limpiemos nuestro corazón de todo aquello que no está en el Corazón de Dios.

Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

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