Por Fernando PASCUAL |
El sufrimiento atraviesa toda la existencia humana. Poco a poco o por sorpresa, entre jóvenes o entre ancianos, llega un día en el que el dolor se hace concreto e inevitable.
Un accidente de tráfico, una guerra absurda, un despido injusto, una calumnia, un cáncer inesperado, un fracaso matrimonial, una pelea por la herencia…
Algunos sufrimientos giran como noticia, en redes sociales o en grandes medios informativos, porque resultan sorprendentes o dramáticos.
Otros, seguramente la mayoría, acontecen en la discreción más absoluta, a veces sin que sean conocidos por familiares o amigos.
En un mundo donde la imagen y la propaganda engrandecen hechos importantes o vanalidades intranscendentes, los sufrimientos sin publicidad, casi ocultos, hieren a millones de seres humanos.
Por eso, vale la pena abrir las mentes y los corazones para ver si tengo a mi alcance personas que sufren discretamente, en una soledad que les abruma.
Porque ellos, como todo ser humano, agradecen cordialmente cualquier gesto de atención y de ayuda que alivie sus penas y que les acompañe en sus necesidades.
Ciertamente, nuestro esfuerzo para buscar a los dolientes anónimos no podrá alcanzar a todos. Pero al menos estamos seguros de que el consuelo de Dios llega hasta no llegan las ambulancias ni los mensajes electrónicos.
Hoy, millones de seres humanos padecen a causa de sufrimientos sin publicidad. Sus penas serán un poco más llevaderas si abren los ojos del alma a la providencia divina, si perciben cerca la compañía de Cristo, y si encuentran corazones amigos que compartan esos momentos difíciles y ofrezcan un poco de consuelo y de esperanza.
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