Consagrarnos a la Virgen:
¡LA SOLUCIÓN!
A cien años de las apariciones de la Virgen del Rosario de Fátima a tres pastorcitos portugueses, conviene considerar qué tan grande es nuestro amor a la Virgen y cómo es nuestra fidelidad al Evangelio y al mensaje que nos comparte a través de estos niños, dos de ellos canonizados este trece de mayo.
En las entrañas del mensaje de Fátima está la preocupación de María por todos sus hijos rescatados por la sangre de Cristo del poder del pecado, del mal y de la muerte. Es significativo que las apariciones hayan tenido lugar en plena Primera Guerra Mundial y prediciendo la ideología comunista que invadiría a la Rusia cristiana. Los acontecimientos históricos que han apartado al mundo de Dios son vistos por la madre de Dios como oportunidades para acrecentar la esperanza, despertar el corazón, poner a trabajar la confianza y mover las fuerzas espirituales de los creyentes para que vuelvan a dirigir la mirada hacia lo alto. Una de las formas de devoción que reclaman nuestros días es el acto solemne de consagración a la Virgen.
EL EJEMPLO DEL PAPA
El testimonio de San Juan Pablo II, el Papa “más mariano” de la historia, que consagró su ministerio petrino y su misma vida a la Madre de Dios con su lema papal “Todo tuyo” nos motiva a hacer lo mismo. Consagrarnos a la Virgen no es una ilusión, una bonita devoción; se puede hacer de manera formal, en una fecha litúrgica de María; es, ante todo, un compromiso, un acto libre de la voluntad, tan consciente, que requiere seriedad, entender que nos conviene poner nuestra existencia en las mejores manos, las manos de aquella mujer que es la más cercana a Dios, a Jesús, el Verbo Encarnado, nuestro Redentor. Con razón, así se expresa nuestro querido Papa en la oración dirigida a María al terminar el acto de consagración a su Inmaculado Corazón, realizada en la Plaza de San Pedro aquél 25 de marzo de 1984, ante la imagen de Nuestra Señora de Fátima, transportada por avión para la ocasión: “Permite que sea revelado, una vez más en la historia del mundo, el infinito poder salvador de la Redención: ¡El poder del Amor misericordioso! ¡Que ponga un alto a la maldad! ¡Que transforme las conciencias! ¡Que tu Inmaculado Corazón revele para todos la luz de la Esperanza!
Las actitudes que exige nuestra consagración a María son confianza, entrega total, obediencia al Señor, pequeñez interior, docilidad, disposición, fidelidad, firmeza, intensa vida de oración, vivir como misionero y un amor grande a nuestra Señora. ¿No es esto, acaso, lo que un buen católico necesita en nuestros días?
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