“En este domingo, ruego a Dios que nos despierte del olvido de quien sufre, que nos sacuda del individualismo que excluye, que despierte los corazones sordos a las necesidades del prójimo. Y ruego también al hombre, a cada hombre: superemos la parálisis del miedo, la indiferencia que mata, el cínico desinterés que con guantes de seda condena a muerte a quienes están en los márgenes. Afrontemos desde su raíz al pensamiento dominante, que gira en torno al propio yo, a los propios egoísmos personales y nacionales, que se convierten en medida y criterio de todo”, destacó el Santo Padre.
Esta histórica visita del Papa inició por la mañana cuando viajó en avión de Atenas al aeropuerto de Mitilene, en la isla de Lesbos. Luego se dirigió en coche al Centro de acogida e identificación de Mitilene, bajó del vehículo y caminó durante 20 minutos para saludar a numerosos refugiados, muchos de ellos, mujeres y niños.
Después el Santo Padre fue trasladado a una amplia tienda con vista al mar y a los numerosos contenedores en donde viven las más de dos mil personas que esperan recibir algún tipo de documento migratorio que les permita vivir en un país europeo.
Tras escuchar las palabras de la presidenta de Grecia, el saludo del Obispo local, los testimonios de un refugiado y de un voluntario, y las canciones entonadas por un coro formado principalmente por personas africanas, el Santo Padre pronunció su discurso.
“Hermanas, hermanos, estoy nuevamente aquí para encontrarme con ustedes; estoy aquí para decirles que estoy cerca de ustedes; para decirlo con el corazón, estoy aquí para ver sus rostros, para mirarlos a los ojos: ojos cargados de miedo y de esperanza, ojos que han visto la violencia y la pobreza, ojos surcados por demasiadas lágrimas”, dijo el Papa.
El Santo Padre recordó su visita a Lesbos el 16 de abril de 2016 al entonces campo de refugiados de Moira -destruido por un incendio en septiembre de 2020- y las palabras que el Patriarca Ecuménico Bartolomé pronunció en 2016: “La migración no es un problema del Oriente Medio y del África septentrional, de Europa y de Grecia. Es un problema del mundo”, y el Papa añadió “sí, es un problema del mundo, una crisis humanitaria que concierne a todos”.
Además, el Papa recordó que “la pandemia nos ha afectado globalmente, nos ha hecho sentir a todos en la misma barca, nos ha hecho experimentar lo que significa tener los mismos miedos. Hemos comprendido que las grandes cuestiones se afrontan juntos, porque en el mundo de hoy las soluciones fragmentadas son inadecuadas”.
Sin embargo, el Santo Padre lamentó que “mientras se llevan adelante las vacunaciones a nivel planetario y -aun en medio de muchos retrasos e incertezas- … todo parece terriblemente opaco en lo que se refiere a las migraciones”.
“Están en juego personas, vidas humanas. Está en juego el futuro de todos, que sólo será sereno si está integrado. El futuro sólo será próspero si se reconcilia con los más débiles. Porque cuando se rechaza a los pobres, se rechaza la paz”.
En esta línea, el Papa señaló que los “cierres y nacionalismos -nos enseña la historia- llevan a consecuencias desastrosas” y citó la Constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II que indicó que “es absolutamente necesario el firme propósito de respetar a los demás hombres y pueblos, así como su dignidad, y el apasionado ejercicio de la fraternidad en orden a construir la paz”.
A pesar de eso, el Pontífice lamentó que “debemos admitir amargamente que este país, como otros, está atravesando actualmente una situación difícil y que en Europa sigue habiendo personas que persisten en tratar el problema como un asunto que no les incumbe. Esto es trágico”.
“Es triste escuchar que el uso de fondos comunes se propone como solución para construir muros. Ciertamente, los temores y las inseguridades, las dificultades y los peligros son comprensibles. El cansancio y la frustración, agudizados por la crisis económica y pandémica, se perciben, pero no es levantando barreras como se resuelven los problemas y se mejora la convivencia, sino uniendo fuerzas para hacerse cargo de los demás según las posibilidades reales de cada uno y en el respeto de la legalidad, poniendo siempre en primer lugar el valor irrenunciable de la vida de todo hombre, de toda mujer, de cada persona”.
De este modo, el Papa señaló que “sobre todo, si queremos recomenzar, miremos el rostro de los niños. Hallemos la valentía de avergonzarnos ante ellos, que son inocentes y son el futuro. Interpelan nuestras conciencias y nos preguntan: ‘¿Qué mundo nos quieren dar?’. No escapemos rápidamente de las crudas imágenes de sus pequeños cuerpos sin vida en las playas”.
“¡No dejemos que el mare nostrum se convierta en un desolador mare mortuum, ni que este lugar de encuentro se vuelva un escenario de conflictos! No permitamos que este ‘mar de los recuerdos’ se transforme en el ‘mar del olvido’. Les suplico: ¡detengamos este naufragio de civilización!”, advirtió el Santo Padre.
Finalmente, el Papa invitó “pidamos a la Virgen María que nos abra los ojos ante los sufrimientos de los hermanos. Ella se puso en camino rápidamente al encuentro de su prima Isabel, que estaba encinta. ¡Cuántas madres embarazadas encontraron la muerte rápidamente, estando de viaje, mientras llevaban la vida en su vientre!
“Que la Madre de Dios nos ayude a tener una mirada materna, que ve en los hombres hijos de Dios, hermanas y hermanos que acoger, proteger, promover e integrar; y a amar con ternura. Que María Santísima nos enseñe a anteponer la realidad del hombre a las ideas e ideologías, la realidad antes de las ideas y las ideologías, y a dar pasos ágiles al encuentro del que sufre”, exhortó el Papa antes de dirigir el rezo del Ángelus.
Al concluir, algunos niños se acercaron y el Papa los bendijo.
Después, el Santo Padre se trasladó en coche a otra zona del campo, se volvió a bajar del coche y caminando recorrió algunas habitaciones, mientras que saludó y bendijo a numerosas familias.
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