Ricardo López Chávez
2 de Filosofía
Durante la Semana Santa pasada un grupo que integramos dos diáconos y siete seminaristas estuvimos misionando en la Santa Madre Iglesia Catedral de Guadalajara. En lo personal, fue una experiencia totalmente nueva y llena de retos. Nuestro trabajo no sólo consistió en la ayuda de los servicios litúrgicos en catedral durante los días santos que fueron enriquecedores y de gran aprendizaje, sino también, y principalmente, centramos nuestra atención en aquellos en los que con frecuencia no son tomados en cuenta, y los vemos con indiferencia, me refiero a las personas indigentes en situación de calle, en la zona centro de la ciudad.
La misión se fue desarrollando por etapas a lo largo de la semana; estuvimos bajo la dirección del rector de la catedral el Padre Valentín Ruiz. Primeramente teníamos que ubicarlos y comenzar un diálogo para conocer su historia y su realidad de tal manera que les pudiéramos brindar ayuda y puedan salir de su situación. En la segunda etapa que fue de acercamiento, la más difícil para mí, fue un reto el animarme a entablar un diálogo con estas personas, pues me había acostumbrado tanto a mirarlos con indiferencia que me costaba quitar esa barrera que había levantado. Con la ayuda del Espíritu Santo pude vencer ese obstáculo y me di cuenta que cuando ves el rostro de Cristo en los hermanos necesitados, los miedos, barreras e inseguridades se van.
Realmente fue una experiencia enriquecedora, primeramente porque me di cuenta que estas personas han sufrido mucho, desde abandono familiar, desempleo, pérdida de la familia, vicios, estar fuera de su pueblo, padecer alguna enfermedad. Ciertamente realidades muy difíciles y si a eso le agregamos el total desinterés de la sociedad para con ellos, da como resultado que pierdan la confianza en ellos mismos y hagan de su situación un modo de vida inhumano.
Después de conocer su historia, de escucharles, de tratarlos como lo que son: personas hijos de Dios que tienen dignidad. Se les informó y brindó la ayuda que presta la Catedral Metropolitana, mediante un albergue llamado “Casa de Misericordia”, al igual que por medio de una oficina llamada Compartir se les brinda servicios médicos, entre otras cosas. Posteriormente repartimos algunos paquetes con ropa y comida, así como algunas despensas. Además durante toda la semana estuvimos en contacto con los usuarios de “Casa de Misericordia” para que nos compartieran su experiencia sobre el albergue, y cómo ha sido su cambio de vida al conocer esta casa, cada uno de los usuarios se sentía profundamente agradecido con Dios por haberles permitido salir de la situación de calle y experimentar la cercanía de la Iglesia hacia ellos.
Con seguridad puedo decir que he aprendido mucho de esta experiencia de misión urbana, sensibilizándome con las necesidades de estos hermanos; ha sido un cambio de perspectiva hacia estas personas necesitadas. Quiero invitar a todos a experimentar el amor de Dios en los que a los ojos de la sociedad no tienen valor, pero a los ojos de Dios son los predilectos. Como dice la Sagrada Escritura «Os aseguro que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt. 25, 40).
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