Qué limitado resulta el verbo “tener” cuando nos referimos a la fe: «tengo fe». La fe no es algo que tengo sino un modo de ser; no es una cosa que poseo sino una dimensión en la que vivo. Más que tener yo fe, la fe es algo que me tiene a mí.
Por eso, en lugar de decir «tengo fe», habría que decir «yo creo». Así lo hizo san Juan en su evangelio y sus cartas. El omite la expresión “tener fe” para utilizar el verbo “creer” en diferentes tiempos, modos y personas. Sólo una vez escribe el sustantivo “fe” (1Jn 5,4), mientras que el verbo “creer” es utilizado decenas de veces 1.
La primera comunidad cristiana entendió muy bien la importancia de creer. Por eso los discípulos eran llamados «creyentes» (Hch 2,44). Ser creyente no está en el orden del tener sino del ser.
La fe no es sólo aceptar un conjunto de verdades reveladas por Dios sino principalmente creer en Dios y en Jesucristo (cf. Jn 14,1; Col 1,4; 2,5). Así nos lo ha recordado el Catecismo de la Iglesia Católica: «La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios»2.
La fe no consiste en recitar el credo de memoria, como merolicos. Creer es vivir una relación personal con Dios; la fe es una virtud teologal. La Biblia expresa esta relación de diversas maneras: creer es recibir a Jesús (cf. Jn 1,12), mirarlo (cf. Za 12,10; Jn 6,40), tocarlo (cf. Mc 3,10), escucharlo (cf. Jn 10,27), estar en íntima comunión con él (cf. 1Jn 1,1-6), permanecer en él (cf. Jn 15,1-17). Creer es vivir con «los ojos fijos en Jesús» (Hb 12,2).
La fe es una amistad con Jesús y no un objeto que se “tiene”. Creer es ser amigo de Jesús (cf. Jn 15,15). Por eso la fe tiene las mismas leyes y fluctuaciones de la amistad.
El Antiguo Testamento describe nuestra relación con Dios en términos de alianza: «Yo seré tu Dios; tú serás mi pueblo» (cf. Ex 6,7; Jr 31,33). La dinámica de esa alianza es la fe. «Creer es recibir al Otro y darse libremente a Él»3.
Cuando la ubicamos dentro de una relación interpersonal, la fe adquiere tintes de oración, amor, entrega total y fidelidad. San Pablo habla de «la obediencia de la fe» (Rm 1,5; 16,26). Es la respuesta que el hombre da al Dios que se revela. Es un acto de confianza y abandono. Juan Pablo II dice respecto de María: en la Anunciación, María se ha abandonado en Dios completamente, manifestando «la obediencia de la fe» a aquel que le hablaba a través de su mensajero […]. María ha pronunciado este fiat por medio de la fe. Por medio de la fe, se confió a Dios sin reservas y se «consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo»4.
La fe no hace que Dios pase a ser propiedad nuestra. Por el contrario, la fe es entrega total a Dios. Creer nos hace estar a merced de él. Creer en Jesús es un acto de confianza y no búsqueda de seguridad. La fe es riesgo y osadía. El Dios en el que creemos nos pide salir de la patria y de la casa paterna; ponernos en camino sin saber a dónde vamos; mantenernos firmes como si viéramos al invisible (cf. Gn 12,1; Hb 11,8.27). Jesús nos manda caminar sobre el agua sin tener más seguridad que la fe en él (cf. Mt 14,22-33). La incredulidad y la apostasía son pecados contra la fe; también lo es la cobardía (cf. Hb 10,39).
La fe nos ayuda a encontrar a Dios en todo. Creer en él le da una dimensión trascendente a cada cosa, por insignificante que parezca. La fe es el núcleo donde se unifica toda nuestra vida.
En palabras del P. Félix Rougier podemos decir que creer es «ver por los ojos de Jesús»5. Así, por la fe, los acontecimientos aparecen ante nuestros ojos como «signos de los tiempos» (Mt 16,3) y en cada hombre descubro un hermano.
La mirada de fe nos ayuda a traspasar la corteza del sufrimiento para encontrar, en el centro de la cruz, la mano amorosa del Padre que nos acaricia. Sólo la fe me revela que la cruz es camino de salvación.
Creer en Jesús llena de alegría nuestra vida, pues nos hace tener la certeza de un amor que no defrauda, de un amor en el que podemos confiar plenamente. «Yo sé bien en quién tengo puesta mi fe», decía san Pablo (2Tm 1,12).
La fe no es algo que “tengo” sino una dimensión en la que vivo: creo en Dios; soy creyente; soy amigo de Jesús.
1 Esta característica del original griego ha sido conservada en la traducción española de la Biblia de Jerusalén. Desclée de Brouwer, Bruselas 1967. Cf. L. LOWEN, E. BEYRELITHER, H. BIETENHARD, Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, 2, Sígueme, Salamanca 1980, 182.
2 Catecismo de la Iglesia Católica, Asociación de Editores del Catecismo, Madrid 19922, núm. 150.
3 G. DANNEELS, Cristo o Acuario: El católico frente a la New Age, Editorial Camino, Chihuahua 1993, 52.
4 JUAN PABLO II, Carta encíclica Redemptoris Mater (25 de marzo de 1987), Paulinas, México 19873, núm. 13.
5 F. ROUGIER, Escritos, circulares – cartas, I, México 1953, 66.
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