Francisco: no más guerra, que tiene por fruto la muerte

Francisco: no más guerra, que tiene por fruto la muerte

“No más guerra”, ni siquiera la de ahora, “a pedazos” que tiene el fruto de la muerte, “la destrucción de nosotros mismos”, “jóvenes … miles, miles, miles, miles … esperanzas rotas”. El cementerio americano de Neptuno, cerca de Roma, donde Francisco fue esta tarde para celebrar la misa en el día en que la Iglesia dedicado a la memoria de los muertos, recoge las tumbas de los 7861 caídos, entre ellos el de un desconocido, un italoamericano y un judío

Frente al cementerio que recoge los caídos en las batallas libradas aquí durante la Segunda Guerra Mundial, Francisco evocó a la inutilidad de las guerras, pero al mismo tiempo “la esperanza que no defrauda”.

“Todos nosotros, hoy”, dijo, improvisando, “estamos aquí reunidos con esperanza. Cada uno de nosotros, en el propio corazón, puede repetir las palabras de Job que oímos en la primera lectura: “yo sé que mi Redentor vive y que él, el último, se alzará sobre el polvo. La esperanza de reencontrar a Dios, de reencontrarnos todos nosotros como hermanos, esa esperanza no desilusiona. Pablo fue fuerte en esa expresión de la segunda lectura “la esperanza no quedará defraudada”.

“Pero la esperanza muchas veces nace y hecha sus raíces en tantas llagas humanas, en tantos dolores humanos, y en ese momento de dolor, de herida, de sufrimiento, nos hace mirar al cielo y decir: “yo creo que mi Redentor está vivo. Pero detente Señor”. Y esa es la oración que tal vez sale de todos nosotros cuando miramos este cementerio: ‘estoy seguro Señor que estos nuestros hermanos están contigo. Estoy seguro’: nosotros decimos esto. ‘Pero por favor, Señor, detente. No más, nunca más la guerra. Nunca más esta inútil matanza, como dijo Benedicto XV. Mejor esperar sin esta destrucción: jóvenes, miles, miles, miles, y miles… esperanzas rotas, ‘¡no más Señor!’ Y esto debemos decirlo hoy, que rezamos por todos los difuntos, pero en este lugar rezamos en modo especial por estos chicos. Hoy, en que el mundo está de nuevo en guerra y se prepara para ir más fuertemente en guerra. No más Señor, no más. Con la guerra se pierde todo”.

“Me viene a la mente aquella anciana que, mirando las ruinas de Hiroshima con resignación sapiencial, pero con mucho dolor, con esa resignación lamentosa que saben vivir las mujeres, porque es su carisma, decía: ‘los hombres hacen de todo por declarar y hacer la guerra, y al final, se destruyen a sí mismos’. Ésta es la guerra: la destrucción de nosotros mismos. Seguramente aquella mujer, esa anciana había perdido hijos, y nietos. Sólo tenía la herida en el corazón y las lágrimas. Y si hoy es un día de esperanza, hoy también es un día de lágrimas. Lágrimas como las que sentían y lloraban las mujeres cuando llegaba el correo: ‘usted señora tiene el honor de que su marido haya sido un héroe de la Patria; que sus hijos, sean héroes de la Patria’. Son lágrimas que hoy la humanidad no debe olvidar. ¡Este orgullo de esta humanidad que no ha aprendido la lección y parece que no quiere aprenderla!”.

“Cuando muchas veces en la historia los hombres piensan con hacer una guerra, están convencidos de traer un mundo nuevo, de hacer una ‘primavera’. Y termina en un invierno, feo, cruel, con el reino del terror y de la muerte. Hoy rezamos por todos los difuntos, por todos. Pero en modo especial por estos jóvenes, en un momento en el que muchos mueren en las batallas de cada día, en esta guerra a pedazos. Rezamos también por los muertos de hoy, los muertos de guerra, también niños inocentes. Éste es el fruto de la guerra: la muerte. Y que el Señor nos dé la gracia de llorar”.

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