Por Felipe MONROY |
Es triste, pero es un deber ético reconocer que hablar de religión provoca muchas tensiones y muy profundas discordias. Y no solo sucede cuando se confrontan las posturas de creyentes y no creyentes, sino entre creencias divergentes, dentro de las mismas convicciones y hasta en el corazón de una misma institución religiosa.
Ser testigo de tan sutiles conflictos y traductor para la sociedad de la relevancia que tienen dichas dinámicas para dar lecturas a destinatarios tan íntimos como la fe de una persona o tan públicos como la manifestación social de sus credos, no es un trabajo simple. Pero si esa difícil responsabilidad debe caer en alguien, más vale que sea en las de un periodista; y no de cualquiera, sino de un profesional capaz de amar la verdad aunque ésta siempre le sea esquiva.
El oficio exige compromisos que parecen mínimos, pero que se tornan enormes frente a ciertas circunstancias. En la Declaración Final del Primer Encuentro Internacional de Periodistas de Información Religiosa, realizado esta semana en Madrid, los amanuenses de la información que abordan los perfiles religiosos de este mundo coinciden en que el periodista debe “amar la verdad, vivir con profesionalidad y respetar la dignidad humana”.
Insisto, parece poca cosa, pero son muchas las tentaciones que orillan al periodista a simular el noble oficio y complacer así a formalismos vanos, instituciones pasajeras, personajes mortales o condescendencias cómodas. A veces, el periodista que ha perdido la brújula se convence de su superioridad y la defiende a ultranza.
Por eso llama mucho la atención que en su Declaración, el cuerpo de periodistas de información religiosa haya retomado las palabras que el papa Francisco dejó en su encíclica Laudato si’: “Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco”.
Como decía al inicio, hablar de religión provoca muchas discordias pero resulta esperanzador que los diferentes liderazgos internacionales en materia de periodismo religioso aceptemos que hemos tenido, en buena medida, parte de la responsabilidad para que esos aparentes abismos que existen entre partidarios de posturas contrarias sólo se ahonden y se enardezcan más.
Y creo que si los profesionales de la información religiosa (nicho despreciado en casi todas las naciones) pueden hallar vías para reencontrase con el verdadero servicio social que conlleva el oficio periodístico aún en esos temas de tal gravedad humana; los colegas del resto de tópicos informativos también pueden alzar la mirada y reencontrar en el oficio las claves del servicio que la ciudadanía requiere de ellos. A esto se comprometen este puñado de servidores de la información religiosa en un momento en que el propio pontífice máximo de la Iglesia católica es confrontado desde las almenas de altas catedrales y no debe ser minimizado ni instrumentalizado.
Que los periodistas evitemos ser utilizados como instrumentos ideológicos o políticos; que la búsqueda de la verdad la hagamos desde la honestidad, la transparencia, el rigor y la imparcialidad. Que nuestro trabajo busque siempre –denunciando y proponiendo- la igualdad, la justicia, la solidaridad, la libertad, la paz y el cuidado del ambiente. Que nuestra mediación favorezca el encuentro, la escucha, el diálogo, la sinergia y confrontación de ideas.
¿O no cree, querido lector, que usted merezca esto, cuando menos estos principios éticos y morales de los medios de comunicación que consulta –o que lo invaden en sus redes sociales-, y que hoy le presentan a terribles personajes políticos como los nuevos e inmaculados paladines de la democracia?
Publicar un comentario