La belleza del acto de predicar a los hijos de Dios


Dado que mañana es domingo y puesto que parte de mis lectores pertenece al clero, me voy a atrever a ofrecer aquí algunas de las pautas que yo sigo para mis sermones, por si a alguno le sirven. Cada uno que se sienta libre de seguir alguna de ellas o no. Yo, únicamente, os expongo lo que para mí se han convertido en los cauces de mis sermones:
-Predicar lo más posible acerca de Dios.
-Fijarse siempre en lo positivo. Exponer la belleza del Bien en todas sus formas.
-Evitar hablar del pecado, del castigo, del mal.
-Predicar poco de temas morales. No predicar nunca de temas políticos u opinables. Evitar historias personales. Lo que hay que hacer es centrarse en la Palabra de Dios.
-Tratar de no levantar la voz ni exaltarse. Jamás reñir en un sermón.
-Hacer el máximo esfuerzo por pegarse al texto bíblico, sin divagar.
-Evitar, a toda costa, los lugares comunes.
-Ser fiel al tiempo razonable para un sermón: diez minutos. Cortando el sermón al llegar a ese momento, sin importar si han quedado o no puntos por explicar.
-Preparar el sermón para tener muy claro, desde antes de empezar, qué puntos son los que se van a exponer.
-La preparación del sermón tiene que ser un proceso de descubrimiento para el predicador a través de la lectura de otros autores. El sermón es el placer de compartir con otros lo que uno ha descubierto. Si uno disfrutó en ese proceso de búsqueda y hallazgo, transmitirá de forma natural ese gozo.
Queridos lectores míos, no juzguéis la próxima homilía a la que asistáis. Considerad cada sermón como un medio a través del cual Jesús os habla. Hay homilías mejores y peores, pero Dios habla en todas si estáis atentos a escucharle.

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