Por Fernando Pascual
Entre los dones que Dios nos da uno tiene un valor extraordinario: el tiempo. Pero no siempre lo sabemos aprovechar adecuadamente.
Porque perdemos el tiempo con el famoso engaño de que encontraremos un “luego” para hacer esto o lo otro.
O porque no lo valoramos bien a causa del miedo al fracaso, a las mil contrariedades que pueden surgir en cualquier momento.
O porque vivimos anclados en el pasado, mientras lloramos lo que no hicimos o lamentamos lo que hicimos mal.
Si caemos en esos o en otros errores, no prestamos atención al presente maravilloso que ahora tenemos en nuestras manos.
Un escritor del siglo XIV explicaba la importancia del tiempo con estas palabras:
“Por tanto, está atento al tiempo y a la manera de emplearlo. Nada hay más precioso. Esto es evidente si te das cuenta de que en un breve momento se puede ganar o perder el cielo. Dios, dueño del tiempo, nunca da el futuro. Solo da el presente, momento a momento, pues ésta es la ley del orden creado. Y Dios no se contradice a sí mismo en su creación” (Autor anónimo, “La nube del no saber”, cap. 4).
“Dios da el presente”. Es un regalo maravilloso. El Autor continúa con la siguiente reflexión:
“El tiempo es para el hombre, no el hombre para el tiempo. Dios, el Señor de la naturaleza, nunca anticipará las decisiones del hombre que se suceden, una tras otra, en el tiempo. El hombre no tendrá excusa posible en el juicio final diciendo a Dios: ‘Me abrumaste con el futuro cuando yo solo era capaz de vivir en el presente'”.
Dios no nos agobia con el futuro. Nos invita a tomar el don del presente, a pedirle luz para entender lo bueno que ahora podemos realizar, y fuerza para llevarlo a cabo.
De este modo, viviremos según la enseñanza de Cristo: no preocuparnos por el mañana, sino aprovechar el presente, con una total confianza en el Padre y con el compromiso de buscar el Reino de Dios y su justicia (cf. Mt 6,25-34).
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