Por el P. Fernando Pascual
¿Cómo es la vida de los hombres y mujeres que buscan vivir para amar? ¿Qué caracteriza a los bautizados que han sido alcanzados por el Amor de Cristo y por eso empiezan a amar?
Es una vida que ha llegado a su meta, que consigue hacer de la tierra un cielo, porque ya experimenta en la tierra lo que ocurrirá en el cielo: ser plenamente amados y amar.
Es una vida que pone paz donde hay guerra, que pone esperanza donde hay tristeza, que pone vendas donde hay heridas, que pone sonrisas donde hay dureza, que pone amor donde no hay amor (como enseñaba san Juan de la Cruz).
Es una vida centrada: la mayor realización consiste en encontrar el amor de su alma. Quien ama está en el centro del mundo, porque ha puesto sus raíces en Dios.
Es una vida divina: el amor del Padre que se da completamente al Hijo se hace realidad en el cristiano que vive desde el amor y para el amor.
Es una vida misionera. Lo recordaba san Juan Pablo II con un estupendo texto medieval que habla del amor como norma de toda la existencia.
“El amor, que es y sigue siendo la fuerza de la misión, y es también ‘el único criterio según el cual todo debe hacerse y no hacerse, cambiarse y no cambiarse. Es el principio que debe dirigir toda acción y el fin al que debe tender. Actuando con caridad o inspirados por la caridad, nada es disconforme y todo es bueno'” (Redemptoris missio 60; citando a Isaac de Stella, Sermón 31, PL 194,1793).
Señor, el amor no se compra ni con todo el oro del mundo. Ayúdame a amar, enséñame a amar, haz que sepa encender en el mundo una gran hoguera de amor, como era el sueño constante de santa Catalina de Siena, de santa Teresa del Niño Jesús y de tantos santos.
Que no pueda vivir tranquilo mientras haya en esta tierra quienes no te aman y, por eso, tampoco saben amar plenamente a sus hermanos. Que mi mayor alegría consista en dejarme amar, en amar y ayudar a otros a dejarse amar por Ti.
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