Cuánto me alegra ver la carita de un niñito de cinco años que en una calle se me queda mirando asombrado y exclama: “Un sacerdote!”. No ha dicho: “Un cura”. Ha dicho: “¡Un sacerdote!”.
Esto me ha pasado hoy al venir a casa desde el convento. Después ha mirado a su madre y le ha dicho: “Nunca había visto ninguno”. Y se me ha quedado mirando con gozosa admiración, como el que ve un unicornio o algo así. Yo le he sonreído y le he saludado con la mano.
Publicar un comentario