“Y yo, en esta Pascua, ¿qué? ¿Tengo el corazón abierto a las sorpresas de Dios?”, Papa Francisco.
Fernando Díaz de Sandi Mora
¿Has presenciado alguna vez un milagro? ¿Has visto con tus propios ojos cómo una realidad es transformada por la mano divina en apenas un instante?
Sin que lo pienses mucho, absolutamente te puedo asegurar que sí. En este preciso instante en que me lees, suceden muchos milagros a la vez: respiras, ese es un milagro, puedes ver, ese es otro, tu cerebro descifra estos signos o letras y comprendes un mensaje, ahí va otro milagro; en fin, la lista sería interminable porque tu corazón late, tu cuerpo funciona como una máquina perfecta, estás vivo… Tú mismo eres un milagro.
Seguramente has escuchado la frase “lo veo y no lo creo”, haciendo alusión a las ocasiones en que sucede algo tan extraño y asombroso que nuestra mente lo rechaza como algo real y se niega a creer en ello. Así es como operamos en nuestra vida: vemos, sentimos, palpamos milagros y hechos extraordinarios que ignoramos y hemos dejado de reconocer esa chispa divina que está en ellos. Ahora bien, si no somos capaces de maravillarnos al identificar estos portentos divinos en lo ordinario de la vida, ¿cómo seremos capaces de reconocer la mano de Dios en los hechos que van más allá de nuestra comprensión humana? Es por eso que nuestra mente comienza a catalogar como normal o natural aquello que en realidad debería causarnos azoro, asombro o incluso terror.
Parece que al ser humano moderno ya nada le sorprende. Nos da lo mismo escuchar cientos de muertos o desaparecidos en los noticieros. Nos parece normal que un servidor público robe. Parece cosa de todos los días que una mujer sea ultrajada o golpeada. Cada vez es más común y hasta se ponen “bravos” los que defienden el aborto como una causa legal y justificada.
Vivimos una vida sin vivirla. Somos sombras respirantes que deambulan por una oficina de trabajo en donde empeñan sus sueños y se devoran la vida por una mezquina quincena. Seres dormidos y alelados por las pantallas de celulares y computadoras. Islas desiertas en medio de un océano de necesidades humanas pero que pocos son capaces de ayudar al otro. No de en balde están tan de moda las series de zombis, será porque nos identificamos con ellos en cuanto a reaccionar inconscientes, sin vida, simplemente buscando un objetivo para sobrevivir a medias.
Dios vive, y nosotros como sus hijos, estamos llamados a vivir, pero no una vida miserable, sino la vida de Dios, la de la compasión, la del aprendizaje, la de darnos tiempo para el amor, la de sonreír y sentirnos alegres por nosotros y por los demás, la de un trabajo bien hecho.
¡Por favor! Vamos dando señales de vida. ¡Qué viva Dios, pero que viva en ti…!
¡Vive!
Facebook: Fernando D´Sandi

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