Agradezco al comentarista anónimo (el de los gatos) el que adujera un texto que no era nada fácil encontrar. Es importante y lo traigo aquí:
El estatuto de don Blas Fernández de 1357 dicta algunas disposiciones sobre cómo debía hacerse tal llamamiento por el campanero. Comenzaría con el tañido nocturno a maitines, siete horas después del crepúsculo, que sonaría durante una hora;
la llamada a prima se haría con la salida del sol también durante una hora; a tercia, después de dos horas y media de la salida del sol, durante una hora; a misa mayor a su entrada; el resto de las horas de sexta, nona, y completas a su inicio durante media
hora. El día terminaría con el llamamiento para el rezo de la “Salve Regina”, media hora después del crepúsculo, con el fin de honrar a la Virgen. Así lo instituyó Gonzalo Díaz Palomeque en el Concilio de Peñafiel de 1302 y así continuará durante siglos.
No me queda claro que es eso de “a su entrada” para referirse a la hora de la misa mayor. Agradeceré algún comentario que lo aclare.
Pero lo que sí que es evidente es que la hora de maitines es un deseo, pero que si se hizo realidad fue durante un tiempo brevísimo. Pues si se hubiera llevado a cabo a esa hora, los canónigos hubieran estado rezando a las 4 de la mañana en el verano, y a la 1 de la noche en el invierno.
Ayer se me ocurrió revisar la novela La catedralde Vicente Blasco Ibáñez. Novela que leí con grandísimo placer hace un par de años. Y allí me encontré con que, en la catedral de Toledo, los maitines se rezaban (por lo menos en verano) antes de la noche.
Aquí está el texto:
El campanero corría por las naves agitando su llavero, que asustaba a los murciélagos, cada vez más numerosos. Las dos devotas habían desaparecido. Sólo quedaban en la catedral el maestro de capilla y Gabriel. Por una nave baja avanzaban los vigilantes nocturnos, que iban a ocupar sus puestos hasta la mañana siguiente, precedidos por el perro.
Los dos amigos salieron al claustro, guiados en la penumbra de las naves por el vago resplandor de las vidrieras. Afuera, un rayo de sol enrojecía el jardín y el claustro de las Claverías.
El texto meticuloso en los detalles, fruto de una observación directa, no deja lugar a dudas. Ayer, además, hablé por teléfono con un buen amigo amante, como yo, tanto como yo, de las catedrales y me dijo que las horas se rezaban durante el día, antes de la noche.
Sí, me temo que tiene razón. Salvo alguna excepción rara, en alguna catedral (que seguro que la habría), las horas canónicas se repartían durante la luz del día. Completas y maitines se rezaban, en invierno, antes de las 5:30 de la tarde.
No solo eso, incluso el texto citado antes, el del siglo XIV, afirma que la primera hora canónica del día se rezaba una hora después del amanecer. Eso significa que, en invierno, se rezaban las horas entre las 9 de la mañana y las 6 de la tarde.
En la obra de Blasco Ibáñez, al comienzo de la novela, se dice que la catedral de Toledo, en invierno, se abría al amanecer.
Sea dicho de paso, Toledo, en el siglo XVII, contó con 117 canónigos.
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