MENSAJE EPISCOPAL
CON MOTIVO DE LA NAVIDAD
“Encontraron a María, a José y al niño, recién nacido acostado en el pesebre” (Lc 2, 16).
Muy queridos hermanos y hermanas, amigos y amigas, en la Navidad del año 1223 Francisco de Asís, que regresaba de Roma con la aprobación de la regla de su nueva orden que le otorgó el Papa Honorio III, se detuvo en la gruta de Greccio donde pidió a un hombre del lugar que le ayudara a recrear en aquel sitio lo que pasó la noche en que nació el Hijo de Dios en Belén. La noche de Navidad de ese año habían llegado a la gruta frailes de distintos rumbos, así como hombres y mujeres que se reunieron para contemplar aquella emotiva representación, que fue realizada con personas y animales vivientes. Ahí nació la costumbre franciscana de recrear el nacimiento de Cristo con figuras de diversos materiales, en el así llamado “nacimiento” o “belén”. Con la evangelización franciscana llegaron a México los nacimientos para formar parte de nuestra expresión religiosa y cultural.
El pasado primero de diciembre el Papa Francisco acudió al Santuario de la Gruta en Greccio desde donde nos entregó la Carta Apostólica llamada “Admirabile Signum” (Signo Admirable), referida al signo del belén o nacimiento, que sigue siendo un instrumento precioso de evangelización para los niños y los humildes de la tierra. Efectivamente, en las familias y en los lugares donde se colocan los pesebres, es posible acercarnos sensiblemente al ambiente que envolvió el nacimiento de Jesús, quien quiso nacer entre los pobres.
El nacimiento es un instrumento útil para llevarnos a la contemplación de la noche de Belén. Al igual que los pastores que llegaron al portal, lleguemos también nosotros y encontremos a María, a José y al niño, acostado en el pesebre. Remontándonos a nuestra propia infancia, acerquémonos junto con los niños a ver al Niño Dios en el pesebre y todo cuanto hay en torno a él.
Las circunstancias del censo que llevó aquel día a José y María hasta Belén, así como el no encontrar lugar en la posada, no fueron cosas meramente casuales, sino que la Divina Providencia las permitió para darnos a entender el abajamiento total del Hijo de Dios, que tantas veces contrasta con nuestros anhelos de grandeza y de éxito. Sin la obediencia de María y de José a la voluntad de Dios, el plan amoroso del Padre no se hubiera realizado. Hoy también el Padre celestial quiere contar con nuestra obediencia y sumisión.
Ojalá que todos los bautizados asistan a la Santa Misa de la Noche Buena o durante el día de Navidad, para que ahí contemplen, adoren y reciban al Pan de vida que encontrarán en el pesebre de cada altar. Que reunidos en el hogar, en torno al “signo admirable” de su nacimiento, hagan un momento de oración, de contemplación de la Palabra que se ha encarnado, leyendo uno de los pasajes del Evangelio que narra el nacimiento del Salvador, o también rezando devotamente el Santo Rosario, para que así se estreche la fuerza del amor, junto con la paz en la familia, y desde ahí se irradie a todos los que cada uno trata en su vida.
Esperemos que todos tengamos una celebración Navideña en la que no haya más excesos que los de las muestras de fe y amor, para que vivamos una fiesta verdaderamente cristiana, sin olvidar al festejado, pues celebrando a Cristo, nos festejamos a nosotros mismos dándonos lo que más necesitamos: la presencia de Dios en nuestras vidas.
Que Cristo pueda nacer en el fondo de cada corazón, en el seno de cada familia, en toda la sociedad yucateca y mexicana; para que transformando nuestros criterios, ideas, palabras y actitudes, vivamos en la paz, la armonía, la justicia y el amor que el Hijo de Dios vino a sembrar en este mundo.
A todos mis sacerdotes, diáconos, religiosas y religiosos, seminaristas y laicos, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, les deseo una muy feliz Navidad.
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán
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